Una mujer desbordada por las responsabilidades pide al universo un respiro y despierta en la Luna. Allí descubre el Club Lunar de las Mujeres Exhaustas, un espacio secreto donde otras mujeres agotadas comparten quejas, meriendas antigravedad y momentos de humor surrealista. Entre camaradería, magia cotidiana y un toque fantástico, la protagonista recupera fuerzas y vuelve a su vida con una mirada renovada y un misterioso recuerdo lunar.

La maldición de Venus narra la historia de dos amigas de toda la vida, Teodora y Hortensia, que buscan rejuvenecer recurriendo a una clínica estética recién inaugurada. Teodora, siempre impulsiva, se somete a un tratamiento milagroso que promete resultados instantáneos. Hortensia, más prudente, observa desde fuera… hasta que descubre que su amiga ha salido convertida en una versión mucho más joven y deslumbrante, pero sin memoria de su vida anterior. A partir de ahí, la existencia de Teodora se descontrola: rompe con su familia, se convierte en imagen internacional y acaba malograda lejos de casa. El relato explora, con humor y un punto de tragedia, el precio de la vanidad, la amistad traicionada y los peligros de las promesas estéticas milagrosas.

El trato roto es un monólogo en tono sarcástico y filosófico donde el Diablo, con una mezcla de ironía y lucidez, se enfrenta a un poderoso político en el ocaso de su vida. A través de su voz burlona y mordaz, revela la verdadera naturaleza del hombre: su corrupción, su vanidad y su vacío interior. Pero esta vez, el Infierno no quiere su alma… porque ya no queda nada que reclamar. Un relato breve sobre el poder, la mentira y la condena más temida: la Nada.

Relato de obsesión y misterio: un pintor busca toda su vida a la mujer del cuadro que marcó su infancia.

Antes de encerrarse en la garita, Gregorio hizo una ronda completa. Con linterna en mano comprobó las puertas, miró los candados, espantó a un par de ratas bien gordas. Y se dio el susto a sí mismo al tropezar con una tubería: —¡La madre que te…! Por un momento creí que era un puto cadáver. ¡Reostia! —Y, después de darle una patada, prosiguió. Era su primer turno de noche. Normalmente, le tocaba de día, pero el compañero dijo que no venía más y, ni corto ni perezoso, se largó de la empresa. Así que Gregorio aceptó cubrir este turno. Otros cien pavos más no le vendrían mal. Y el curro era de los fáciles: cuidar una nave vieja llena de maquinaria oxidada, tubos de todo tipo y más trastos de hierro cubiertos por lona. ¿Quién iba a robar esa basura? Pero «donde manda el patrón, no manda el marinero». El trabajo era tranquilo y se cobraba bien. Con esta idea tan satisfactoria, Gregorio se metió en la garita, puso un pódcast sobre misterios y cerró los ojos. Un ruido lo sobresaltó. Parpadeó. Un haz de luz vagarosa bailó a través del

La vida empieza muchas veces La fila interminable de almas se perdía entre las montañas de nubes semejantes a algodón de azúcar. Por encima de ella volaba una melodía de murmullos, suspiros y quejidos, salpicados de lloros y de alguna que otra risa infantil. Los hombres, intentando mantener el tipo y mirándose las uñas o el reloj, seguían sin creer del todo que este era su viaje final. Las mujeres, retocándose el pelo y hablando entre ellas, parecían estar en la cola de un supermercado. Los niños —niños son— corrían y jugaban, ajenos a la brevedad de sus vidas. Y los ancianos, encorvados bajo el peso de los años, esperaban con paciencia al eterno descanso. Todas las almas llegaban a las puertas del cielo por caminos distintos, pero compartían la misma expresión: «¿Este es el fin? ¿Estoy muerto? ¿Ya…?» El Apóstol San Pedro, en toda su deslumbrante magnificencia

Tanto si querías enterarte de algo o asistir al entierro de alguien; comprar un kilo de azúcar o un puñado de clavos; tomar una pinta de vino o un café de la manga, la bodega Camiño Verde era el lugar apropiado. Desde hacía mucho, de hecho, nadie lo recuerda, lo regentaba doña Paca: una mujer de una edad indeterminable. De niños la recordábamos de la misma manera: un delantal floreado impecable, el pelo canoso en un moño muy estirado y los ojos verdes detrás de las gafas, mirando muy dentro de ti. Yo acabo de cumplir los cincuenta y doña Paca está igual. Es como si el tiempo no pasara por ella. En Camiño Verde, aparte de lo expuesto arriba, se daba la comida. El mismo menú: el conejo guisado con patatas fritas, bollos rellenos de carne… de conejo y la empanada… Adivinen. Sí. De conejo también. Para la tranquilidad de espíritu de los parroquianos, doña Paca no los hacía a la vez. Y, menos mal. Sin embargo, de postre no había nada, ya que a la doña no le iban los dulces. Tampoco le iba la gente faltosa y maltratadora de mujeres, niños y hasta animales.

Soy humano y escribo porque tengo memoria y no una base de datos. Soy humano y escribo porque he llorado, he sufrido, he muerto de dolor y me he repuesto de mis heridas y tragedias, he reído bajo el sol de verano y llorado, mezclando mis lágrimas con la lluvia. Soy humano y sé lo que se siente cada mañana cuando ves el amanecer y, cuando cierras los ojos, te dejas acariciar por la brisa o por los labios de un ser amado. Puedo escuchar el viento cuando nadie más lo hace. Puedo dejarme arrastrar por el sonido de las olas y ahí mismo, dentro de mi cabeza, empezar a escribir un poema… La máquina, no.