Escribir una novela es emprender un viaje. Y, como en un viaje, si no queremos perdernos, es necesario llevar un mapa. Aunque no existe una fórmula mágica para escribir una novela, hay estrategias que pueden ayudar a transformar una simple idea en una historia completa. La más segura y la mejor para un autor primerizo es trabajar a partir de una escaleta, una especie de mapa de viaje de la novela, y, básicamente, es un resumen completo y detallado de todas y cada una de las escenas que compondrán el libro.
¿Significa esto que no se puede escribir una novela sin pasar antes por este proceso? En absoluto. Muchos autores no lo hacen. Pero lo que sí garantiza es que, cuando se empieza la redacción, siempre se sabe qué se va a escribir ese día. Adiós al temido (y sobrevalorado) síndrome de la página en blanco y, especialmente, adiós al peligro de llegar a un callejón sin salida argumental que deja el proyecto permanentemente olvidado en una carpeta del ordenador.
¿Qué debe tener una escena?
Cada escena (sin excepción) debe tener un propósito claro. Las preguntas del millón son: ¿Qué información crucial aporta? ¿Cómo hace avanzar la trama o desarrolla a los personajes? Si no cumple ninguno de estos requisitos, es paja y hay que eliminarla. Y, atención, no es que se pueda eliminar. Es que hay que hacerlo. Las buenas escenas contienen conflicto, ya sea externo (una discusión, un obstáculo o) o interno (un dilema moral, una decisión difícil). Este conflicto mantiene el interés y genera tensión narrativa.
Preguntas que debes hacerte antes de empezar
Pero, antes, incluso, de abordar la escaleta, existen cuestiones que son fundamentales para el desarrollo de la historia: el tiempo verbal, el punto de vista, el narrador y el tono narrativo:
- ¿En qué tiempo verbal narraré? El presente crea inmediatez y urgencia; conecta más directamente con el lector, haciéndolo sentir que los eventos ocurren en tiempo real. Mientras que el pasado otorga una sensación más tradicional y reflexiva y permite mayor distancia narrativa.
- El punto de vista determina quién cuenta la historia y cómo se filtra la información hacia el lector. Es una de las decisiones más importantes que toma un autor. La primera persona crea intimidad y subjetividad, pero limita la narración a lo que ese personaje sabe. La segunda persona es experimental y puede resultar inmersiva, pero también alienante para algunos lectores. La tercera persona ofrece más flexibilidad y puede variar en su distancia con los personajes.
- Y en cuanto al narrador, ¿homodiegético o heterodiegético? Es decir, ¿interno o externo? Los internos participan en la historia que narran como personajes. Pueden ser el protagonista (el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno), o un personaje secundario que cuenta la historia de otros (Watson en las historias de Sherlock Holmes). Los externos cuentan la historia sin participar en ella. El más usado es el omnisciente: conoce todo sobre todos (pensamientos, sentimientos, pasado y hasta futuro). Puede moverse libremente entre escenarios y mentes y suele usar la tercera persona. Existe también un narrador de conocimiento limitado, que cuenta la historia en tercera persona, pero se limita a lo que sabe un personaje o unos pocos (una técnica que usaban Jane Austen o Flaubert). También se puede optar por el género epistolar, donde la trama avanza a través de cartas, notas, mensajes, grabaciones que se intercambian los protagonistas (el Drácula de Bram Stoker es el mejor ejemplo).
- Last but not least, está el tono, que establece la atmósfera emocional y actitudinal de la obra. Es la voz que el lector escucha mientras lee. ¿Irónica, melancólica, humorística, poética, objetiva, cercana? El tono refleja la personalidad del narrador y establece un pacto emocional con el lector. Y, directamente relacionado con el tono está el registro lingüístico. El lenguaje comunica tanto como el contenido. Un registro formal creará distancia, mientras que uno coloquial generará cercanía.
La importancia de los diálogos
Los buenos diálogos cumplen múltiples funciones: revelan la personalidad de los personajes, hacen avanzar la trama y proporcionan información crucial sin caer en la exposición forzada. De esta manera, cada personaje debe tener una voz propia que refleje su personalidad, educación, origen y estado emocional. Un adolescente no habla igual que un anciano, ni un doctor igual que un mecánico. Ni un general romano que uno de las guerras napoleónicas o de la del Vietnam.
Por otro lado, es fácil caer en diálogos artificiales o informativos. Las personas nunca cuentan (o se cuentan) cosas que todos los presentes (o él) ya saben, simplemente para informar al lector. Ahí se ve al autor detrás del personaje y el edificio se viene abajo. Finalmente, se pueden complementar las palabras con gestos, expresiones faciales y movimientos corporales. Estos detalles enriquecen la conversación y revelan lo que las palabras pueden ocultar. Por el contrario, es aconsejable evitar las acotaciones a cuando son estrictamente necesarias para entender el contexto.
Escribir bien es reescribir
Los problemas no terminan cuando se acaba la obra. El primer borrador es solo un primer intento. Su objetivo es plasmar la historia del principio al fin, no lograr la perfección. Muchos escritores noveles se bloquean porque buscan la perfección desde el inicio. Es necesario sacudirse esa presión y avanzar. Es bueno marcarse metas realistas de escritura: ya sea en volumen (500-1000 palabras diarias), o en tiempo (una o dos horas al día). Una vez concluido el primer borrador, es bueno dejarlo descansar un tiempo y luego abordarlo con mirada crítica.
Lo más corriente es que al texto le sobren palabras. Una buena poda lo mejorará. Igualmente, hay que asegurarse de no repetir conceptos. Las cosas se cuentan una vez, bien contadas. Írselas recordando al lector no es bueno, es veneno. Una manera de hacerlo puede ser por fases:
- Primera: estructura y trama. ¿Hay agujeros en la historia? ¿El ritmo es adecuado?
- Segunda: personajes y diálogos. ¿Son creíbles los personajes? ¿Sus motivaciones son coherentes? ¿Los diálogos suenan naturales?
- Tercera: lenguaje y estilo. Fuera adverbios innecesarios, adjetivos redundantes, posesivos, matices que aportan nada o poco… Menos, es más.