About the work
https://valentina-lujan.es/A/andalocortarse.pdf
Andaba loca por cortarse las trenzas; odiaba las trenzas que tenían que ser siempre e indefectiblemente trenzas. No podía ser un pelo suelto, o una cola de caballo, o lo que fuera. Tenían que ser las jodidas trenzas que odiaba.
Después de muchas súplicas, ruegos y pataletas, había obtenido de su padre la promesa de que cuando cumpliera catorce años se las podría cortar y llevar el pelo como quisiera.
Según se iba acercando la fecha miraba el calendario cada día…
Pero aquella mañana de verano, sentada estudiando en la habitación pequeña, frente al armario negro de puertas desvencijadas y dos lunas, todavía tenía las malditas trenzas…
No podía, por tanto, considerando que su cumpleaños es en primavera, estar teniendo más de trece cuando, una de las veces que levantó la vista del libro, vio su imagen en el espejo.
Se le ocurrió pensar que tal vez lo que creía estar viendo era nada más un espejismo, que quizás ella nada más existía en su propia imaginación.
La madre no estaba en casa, había ido al mercado y regresaría con la bolsa de cuero rojo – unas bolsas que había entonces siempre de color rojizo, que se utilizaban siempre para la compra, hechas de pequeños retalitos cosidos recortes, suponía, de la fabricación de bolsos – llena de verdura, o fruta, o carne congelada o pescado o patatas y todo aquello tendría sus colores, y sus formas, que serían una prueba de su veracidad. Y antes habría oído ella el ascensor subiendo, y el timbre de la puerta, y visto a su madre con sus ojos tan verdes entrar y…
Pero el problema continuaba siendo el mismo; su imaginación podía estar creando a alguien a quien ella llamaba “mi madre”, y considerando peras o manzanas, o incluso cerezas, lo que ella – su propia imaginación – le venía mostrando desde siempre como peras o manzanas o cerezas.
Se levantó de la mesa y se acercó a una de las lunas, y allí estaban sus trenzas; e hizo guiños y muecas y se dijo existo porque puedo hacer guiños y muecas. Y trató de canturrear un poco por lo bajini y se dijo a lo mejor sí existo porque puedo cantar, y cantar porque quiero y elijo cantar, y puedo oírme…
Pero volvió a replicarse que su imaginación forjaba su voluntad y su canto, y el sonido desafinado de su canto.
Y se pellizcó las mejillas, y se propinó pequeños cachetes, sin ningún resultado irrefutable.
Hoy, tantísimos años después, recuerda el color del cielo de verano, y el color de la luz de la media mañana, y la ventana abierta y el rumor de las hojas de los árboles y el piar revoloteando de los pájaros.
El ruido del tráfico era distinto, se ha ido modificando sin sentir desde entonces, y recuerda el zumbido ocasional de algún coche que pasó – muchísimos menos que ahora –, o alguna bocina, o las pedorretas tucu, tucu, tucu, tu de algún camión sin dirección asistida ni frenos de disco, que eran los camiones de antes.
Y recuerda al cabo de tantos años los colores y los sonidos y los rumores y el piar de los pájaros de aquella mañana; y que su madre regresó al cabo de un rato… Y que no le preguntó mamá yo existo o nada es verdad y entonces qué podrías tú contestarme porque qué hubiese podido contestarle su madre.
Papeles
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.