About the work
https://valentina-lujan.es/alicia/unpequeapar.pdf
situado en una zona muy agradable, amueblado y muy bonito, pero al que hubieron de renunciar apenas un par de semanas después y en plena efervescencia de su amor nacido no estaría haciendo más de un mes, cuando lo de las copas, y buscar una habitación en un piso compartido con las cajeras y un músico que, ese sí, no daba más ruido que el de su batería ya que era un muchacho muy serio y vegetariano, muy educado y bastante retraído, que ni fumaba ni bebía y, como le decía una de las cajeras, “¿y tú te piensas que vas a ser un Jimi Hendrix o un Lou Reed sin ni beber ni drogarte ni nada?”.
Así que el músico, que era muy limpio y muy ordenado y fregaba el baño cuando le tocaba y no utilizaba la cocina porque se alimentaba de frutos secos y de hojas de lechuga o de algún tomate que tenía en su cuarto, no era en absoluto culpable de las constantes escandaleras que se organizaban en el piso ni fue el causante de que ella, la fisioterapeuta, decidiera mudarse porque, para entonces, ya había sido él mismo, el músico, el que se marchó porque la otra cajera — no la que le dijo lo de Jimi Hendrix y lo de las drogas sino la otra — despechada porque le había tirado los tejos y él la había rechazado porque tenía novia, le había puesto una denuncia por acoso .
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Y más que los tejos, pero la fisioterapeuta no se extendió en pormenores por las mismas razones por las que no entró en detalles de lo del padrastro cuando Sonia levantó la mano.
Motivo por el cual fue condenado a cincuenta metros de alejamiento, no de la novia, que con la novia se llevaba muy bien, sino de la cajera; pero, cómo el edificio era un rascacielos y los techos eran altos, echó él sus cuentas y vio que otro apartamento que se había quedado vacío dieciséis plantas más abajo le servía perfectamente; y como todavía le sobraban un par de metros y si era necesario podía subir andando caso de coincidir con la acusadora esperando el ascensor, se puso el muchacho tan contento.
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.