La mecedora
Alicia Bermúdez Merino
Madrid - Spain
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Era un hombre con una sombra caediza, ciega, vehemente y errabunda porque en su interior moraba una mecedora vacía que se negaba a ni tan sólo dirigirle la palabra más allá de muy, muy ocasionalmente y siempre bajo condiciones muy especiales, con disimulo y como queriendo dar a entender no haber reparado en su presencia, alguna pelotita de papel como jugando que, procuraba, pasara cerca, lo más cerca posible de su hombro o de la punta de su nariz, pero sin causarle un daño que, lo sabía, habría resultado irreparable porque ― se preguntaba con cierta frecuencia ― ¿quién podría reparar un daño semejante?

Alguna vez, mientras el sol caía, se planteó detenerse a pensar, cavilar, tallar, pulir, la posibilidad de formular a sus vecinas, las de los otros, la pregunta de si conocían o tenían aunque fuese muy remota e incluso casi inaccesible noticia que fuese posible ir a buscar aunque hubiera que montar en globo de no importaba qué artesano que accediese a, cediendo a ruegos y aun si se hiciera necesario a sobornos, provisto de sus conocimientos y de su caja de herramientas venirse hasta su desasosiego y desasirlo, quitarle los anclajes con delicadeza y liberarlo para ― separado de ataduras ni de vínculos que pudieran con la manipulación afectar a otros duelos ― aplicarle los remedios pertinentes y volver a colocarlo allá donde debía doler con nuevo y remozado brío o, caso de que no resultase viable andar derrochando tanta contemplación y tanto mimo, arrancarlo, de cuajo y sin más, y asunto terminado.

Pero ninguna de las promiscuas, desvergonzadas veces que se le quisieron mostrar como la más deseable y seductora de toda una larguísima hilera de ocasiones que desfilo ante su mirada brindándole la oportunidad de detenerse resultó de su agrado ni excitó su deseo de utilizarla para labor tan esmerada como lo había de ser, sin duda, la elaboración de un planteamiento tan fino y tan preciso como tenía que serlo la cavilación, talla y pulido de una posibilidad que se adecuara a la formulación de una pregunta tan expuesta a ser mal comprendida bajo la solanera y, por tanto, inadecuada o erróneamente respondida.

Había, por tanto, que pensar en otra cosa o urdir otro plan menos viable o no tan susceptible de ser llevado a cabo y rematado, finiquitado, aniquilado y consumido y arrasado y arruinado por la presencia de ― dudo en su tribular si sería oportuno el conceder a su aflicción un toque de poesía, pero cedió ― quién podría saber qué ignota inesperada presencia de nubecilla aviesa que, inoportuna y henchida de arrogancia si no y puestos a las malas de algo mucho peor, embargaría todo su tan mutable, huidizo y vulnerable ser de redoblada aprensión.

Así que, de detenerse, nada. Nada por propia iniciativa o a simple voluntad a menos que; pero los dioses no parecían predispuestos a ofrecer su perfil más amable o, viérase ― a quien quisiera mirarlos ― los rosales con toda su cohorte de espinas aguardando, taimadas, amenazantes recostados contra el muro de poniente agazapado a las espaldas de aquel… ¿monstruo?

Y, en cuanto a las vecinas… “¿qué vecinas?” ― rezongó, en tono desabrido cargado de recriminación con comentarios añadidos de la índole de ‟sabes de sobra que siempre fue un viejo solitario e intratable y…” Pero mejor dejar eso y aplicarse a seguir con lo suyo; sus pesquisas para encontrar antes de que fuera demasiado tarde una solución, vía de escape, algo.

Y el sol seguía cayendo.

Y el maldito muro aproximándose.

Hizo otra pelotilla de papel e iba a lanzarla, con intención esta vez de dar en el blanco, pero…

Convenía no precipitarse, conservar la serenidad mientras hubiese tiempo y, luego, si todo fallaba, ya vería…

“Porque, vamos a ver ― se preguntó ―, ¿qué ganas tú con despertar al monstruo?”

Y se explicó con muy buenas razones y un derroche de argumentos bien sentados que, si el monstruo no despertaba con la que estaba cayendo a aquellas horas de aquella tarde de aquel hermoso y tan radiante día y se marchaba a otra parte ‟tú ― para sí ― no vivirás para contarlo” porque, como era de esperar, se marcharía a otro lugar más o por lo menos no tan…

‟Claro que «mañana será otro día», dijo Escarlata O´Hara”, meditó.

Se sopló los pelos del flequillo pegados al sudor de la frente y siguió con sus cábalas considerando, ahora, qué sucedería si el monstruo no despertaba.

Si el monstruo no despertaba ― recordó los rosales ― la amenaza se haría más cercana, más inminente a medida que la tarde avanzaba ‟y tú no tienes gana, ¿verdad?, de ver tu integridad torcida, ladeada, espachurrada contra el muro recalentado y surcada de los arañazos en que se prodigarán inclementes las malvadas espinas”.

Y no, no tenía gana.

Y porque no tenía gana se animó a tomar...

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Code: 2310095526025
Date: Oct 9 2023 11:07 UTC
Author: Valentina Luján
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Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.

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