Las editoriales que cobran a los autores por publicar sus libros (conocidas como editoriales «de pago por publicación», «vanity press» o «de autor») venden a sus clientes como razonables, conceptos tales como: compartir el riesgo a cambio de mayores royalties; pagar la edición a cambio de distribución y publicidad; o —esta es muy buena— incluir una cláusula donde, si no se alcanza un determinado número de ventas, el autor se compromete a comprar él mismo un número de ejemplares. Bullshit.
Una editorial tradicional tiene sus intríngulis y tiende, cada vez más, a conseguir la materia prima —los románticos la llaman originales— a cambio de poco o nada. Pero no le piden dinero al autor. Ellos corren con un riesgo —que minimizan al diversificar muchísimo la oferta— y a cambio le ofrecen al lector la garantía de que —más o menos— creen en el producto al que ponen su sello.
En contraste, cuando una editorial cobra al autor, su principal cliente ya no es el lector sino el propio escritor. Sus ingresos quedan asegurados, se venda el libro o no —ellos saben que no se va a vender—. Estos negocios —los ingenuos los llaman «editoriales»— suelen prometer distribución y promoción como principal argumento de venta.
Distribución y promoción. Suena bien. Pero son humo. La realidad es que, a menudo, la distribución se limita a incluir el libro en catálogos de mayoristas a los que las librerías raramente recurren. La promoción suele ser genérica y mínima: alguna nota de prensa estándar o publicaciones en redes sociales de la editorial que tienen mínimo alcance. Con suerte, una entrevista en medios locales. Y las librerías físicas son reacias a dar espacio en sus estanterías, ya repletas de libros, a aquellos provenientes de editoriales de pago, pues conocen su falta de filtro de calidad.
Los royalties como señuelo
El otro gran argumento de venta de quien cobra por publicar es que ofrece a sus autores un porcentaje sobre los beneficios de las ventas mucho mayor que el de las editoriales tradicionales. Pero que muuuucho mayor. Hablamos de un 50-70% frente al 8-10% habitual.
Parece ventajoso, pero es una ilusión matemática. ¿Por qué? Porqué el 70% de ventas mínimas o inexistentes tiende peligrosamente a cero patatero. Si el libro no está bien visible en los puntos de venta, si nadie sabe que existe, que le ofrezcan al autor el 70%, el 2.000% o la Groenlandia que tanto ansía Donald Trump es lo mismo. Nada. Cero. Kaputt.
La única verdad es que el autor ya ha pagado por adelantado, lo que significa que la editorial gana incluso sin vender un ejemplar. Más aún: la editorial cuenta con no vender ninguno y le da igual. Ellos ya han hecho su negocio. Y este negocio va desde 1.000 a 4.000 euros, dependiendo de los servicios que elija el autor autopublicado —diseño de portada, maquetación, corrección…— y de la desfachatez del sello. Un dinero que el autor nunca recuperará si no hace un esfuerzo ímprobo por vender su obra. Hablamos de vender su libro, ejemplar a ejemplar, a propios y ajenos. Algo que la mayoría de los autores detesta. Esa es la única verdad.
Filtro inexistente
Aunque se pueda hacer mucha poesía sobre el asunto y se repitan hasta la saciedad casos excepcionales como los de Elisabet Benvanet, Javier Sierra o Eloy Moreno, lo cierto es que publicar bajo el paraguas de un sello al menos proporciona un mínimo filtro al lector que tiene tantísimo donde escoger. Las editoriales tradicionales rechazan muchos manuscritos porque invierten su dinero y solo publican obras en las que creen. Las otras aceptan cualquier manuscrito, mientras el autor pague, lo que conlleva falta de trabajo editorial para mejorar los textos, ausencia de control de calidad y catálogos enormes y heterogéneos donde cada libro recibe nula atención.
No es posible escribir este artículo sin mencionar nombres como los de Fernando Gamboa —200.000 copias vendidas de La última cripta, a través de plataformas como KDP— o Fran López Castillo —quien ha vendido más de 20.000 ejemplares de sus libros sin utilizar librerías ni Amazon, distribuyéndolos exclusivamente a través de su página web—.
De la misma manera, hay que tener en cuenta que estas cifras provienen de declaraciones de los propios autores y de rankings de ventas en plataformas como Amazon, sin una auditoría externa que las respalde. En general, la falta de transparencia en las cifras de ventas en el mundo de la autopublicación hace que sea imposible obtener datos precisos y verificados. Las plataformas no suelen publicar informes detallados de ventas, y sus autores rara vez tienen cifras auditadas por terceros.
Pero, aunque estos números sean reales, todavía lo es más que una flor no hace primavera. Las excepciones confirman la regla. Y la regla es que el autor debe vender su libro, ejemplar a ejemplar, y nadie va a hacerlo por él, ni mejor que él.
Otros riesgos de la autopublicación
Más allá del tema puramente económico, conviene tener en cuenta que autopublicarse —o hacerlo con determinados sellos de pago— puede estigmatizar en el mundo literario. Muchos autores, además, acaban decepcionados al descubrir que su obra no recibe la atención que se les prometió. Y, más allá de eso, un libro publicado prematuramente y en el lugar erróneo puede quemar una buena historia que podría haber tenido mejor recorrido.
Si teniendo toda esta información decide invertir dinero en publicarse —cosa perfectamente válida y en ocasiones incluso la más adecuada para según qué proyectos—, hágalo contratando servicios específicos (corrección, diseño, maquetación) por separado y manteniendo el control total sobre su obra.
Plataformas como Amazon KDP, IngramSpark, Bubok y otras le permiten autopublicarse con una inversión razonable y ofrecen distribución digital global. Las editoriales independientes pueden ser un canal espléndido para determinadas obras: no cobran al autor y trabajan con pasión por los libros que publican.
En resumidas cuentas: pagar por ver su obra negro sobre blanco no tiene nada de malo y es una alternativa perfectamente válida al circuito tradicional. Solo es necesario saber dónde se está metiendo y tener claro que los cantos de sirena sobre distribución, royalties y promoción son solo eso: señuelos que llevan al barco a estrellarse contra las rocas y terminar el viaje en el peor lugar posible.