En según qué manos, la creación literaria puede convertirse en una de las artes más bellas y trascendentes que existen. En las de la mayoría, sin embargo, es una profesión que, como cualquier otra, tiene sus reglas, técnicas y procesos que es necesario conocer si se quiere dedicarse a ello. Dicho de otra forma: el artista nace, pero el escritor puede hacerse. ¿Cómo? Entre otras maneras, siguiendo estos siete puntos.
Verosimilitud, no verdad
En la ficción, la verosimilitud reina sobre la verdad. Lo que importa no es si algo ocurrió realmente o podría ocurrir según las leyes de nuestro mundo, sino si resulta creíble dentro del universo narrativo construido. Un lector aceptará dragones, viajes en el tiempo o sociedades utópicas siempre que se presenten de manera coherente. Por el contrario, un hecho real, por mucho que se haya producido (por ejemplo), no sirve para fabricar ficción si no resulta creíble a ojos del lector. En esencia: la realidad sí supera a la ficción y no nos vale si no podemos creerla.
Potencia y precisión en el lenguaje
El lenguaje es la herramienta del escritor. La selección precisa de palabras puede transformar una escena ordinaria en una experiencia sensorial completa para el lector. Pero, alerta: la potencia no reside en la grandilocuencia o en un vocabulario rebuscado. O, dicho de otra manera: si es posible bajar, no descienda. Mark Twain decía que la diferencia entre la palabra casi correcta y la correcta es la misma que hay entre el rayo y la luciérnaga. Un personaje que «camina» transmite información básica, pero uno que «deambula», «se arrastra» o «se pavonea» revela mucho más sobre su estado físico y emocional.
Narrador / Punto de vista / Tono
Estas tres dimensiones configuran la voz que guiará al lector a través de la historia. El narrador puede ser un participante de la historia o alguien ajeno a ella. Omnisciente —con acceso a los pensamientos de todos los personajes—, o limitado a la perspectiva de uno solo. La elección del narrador determina qué información puede conocer el lector y cómo la recibe.
El punto de vista establece desde qué ángulo se cuenta la historia: primera persona («yo»), segunda («tú», menos común) o tercera («él/ella»). Esta decisión afecta profundamente la inmediatez y la intimidad que experimenta el lector con la narración. El tono define la actitud emocional con que se narra: puede ser irónico, melancólico, humorístico, solemne… Una misma historia contada con diferentes tonos produce experiencias radicalmente distintas. El tono debe ser coherente con el contenido (a menos que la disonancia sea un efecto buscado, como en buena parte de las novelas de Eduardo Mendoza).
Mostrar y decir
Este principio fundamental distingue entre presentar directamente la información al lector (decir) y permitirle experimentarla a través de detalles, acciones y diálogos (mostrar). Veamos un ejemplo: Decir sería escribir «Carlos estaba furioso», mientras que mostrar sería escribir «Carlos apretó los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos. Su respiración se aceleró mientras se mordía el labio inferior con tanta fuerza que se hizo sangre”.
Mostrar involucra al lector activamente, permitiéndole tomar sus propias conclusiones. Decir también tiene su lugar: es útil para transmitir información necesaria de manera eficiente, especialmente cuando los detalles no son cruciales para el avance de la trama.
Menos es más
La concisión es una virtud capital en la escritura. Tanto en lo que se dice como en la manera de hacerlo. A nivel de estilo, es bueno tener presentes estos conceptos: cortar lo superfluo. Prescindir de adjetivos y adverbios. Evitar redundancias. Usar verbos potentes frente a construcciones débiles. Huir del posesivo «su» como del mal amigo. Y a nivel de contenido: omitir lo obvio. No repetir información. Un detalle revelador es mejor que dos páginas de descripción anodina.
Eliminar una escena que no avanza la trama o revela personaje. Hemingway comparaba la buena prosa con un iceberg: solo la octava parte es visible, pero está sustentada por las otras siete que están bajo el agua. La brevedad no sacrifica profundidad, la realza. William Faulkner, cuyo estilo era radicalmente distinto al de su colega, decía lo mismo cuando afirmaba que: «En la escritura debes matar a todos tus queridos», refiriéndose a esos pasajes que nos encantan, pero que no aportan nada a la historia.
Definir personajes
Los personajes son el corazón de cualquier narrativa. Los lectores pueden olvidar tramas complejas, pero nunca tipos memorables. La potencia de los personajes proviene de su particularidad y sus contradicciones internas; tienen conflictos, fortalezas y debilidades, y evolucionan a lo largo de la historia. Los unidimensionales resultan planos y predecibles.
La voz de cada personaje debe ser única y reconocible, reflejar su origen, educación, personalidad y estado emocional. Y no solo en los diálogos, sino también en cómo perciben el mundo cuando la narración filtra la realidad a través de su perspectiva. La credibilidad deriva de la coherencia de acciones, motivaciones y evolución. Un personaje puede actuar de forma inesperada, pero estas sorpresas deben estar sustentadas en características previamente establecidas. Las transformaciones radicales necesitan tiempo y catalizadores convincentes.
Estructura
La estructura es el andamio que sostiene toda narración. Sin ella, incluso las ideas más brillantes y los personajes mejor construidos devienen en una masa informe de acontecimientos inconexos. Antes de escribir la primera palabra es aconsejable elaborar un esquema que permita visualizar el arco completo de la historia; detectar inconsistencias antes de que se enquisten en el texto; equilibrar el ritmo entre momentos de acción y reflexión y prever giros argumentales y su impacto en la historia.
Muchos escritores noveles se resisten a este paso, temerosos de que planificar mate la espontaneidad creativa. Es lo contrario: al tener clara la dirección, la mente queda libre para concentrarse en el lenguaje que enriquece la narración. El esquema no debe ser una prisión. Durante la escritura pueden surgir soluciones mejores a las ya previstas. Si eso pasa hay que preguntarse: ¿Fortalece la historia o la desvía? ¿Resuelve problemas o crea nuevos? ¿Profundiza en los temas centrales o divaga? En última instancia, hacer un buen esquema es un solucionador de problemas, que permite construir historias más complejas, coherentes y satisfactorias.