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Cómo escribir una novela paso a paso: 11 consejos para mejorar un texto

La escritura es arte, pero también oficio. La faceta artística son palabras mayores, pero el oficio tiene unas cuantas técnicas fáciles de identificar y de seguir. Este artículo explora once principios fundamentales que ayudan a mejorar cualquier texto, eliminar elementos que le resten vigor y claridad y llevarlo al objetivo de resultar publicable. 

Adiós a las atenuantes 

Palabras como «casi», «un cierto», «quizás», «tal vez» o «posiblemente» diluyen el impacto de las afirmaciones. Introducen duda donde debería haber certeza y reflejan inseguridad en el autor. Compare la frase: «Quizás esta técnica le resulte útil para mejorar su estilo», con: «Esta técnica mejorará su estilo». La contundencia transmite convicción y autoridad. Las atenuantes tienen su lugar en textos científicos o cuando la precisión exige matices, pero en la narrativa son casi siempre innecesarias. Eliminarlos otorga al texto potencia y credibilidad.  

Cambiar posesivos por artículos 

El español permite prescindir de posesivos cuando la relación de pertenencia resulta evidente. Expresiones como «sus ojos brillaban», «mi mente divagaba» o «levantó su mano» incluyen posesivos superfluos. El artículo definido basta: «los ojos brillaban», «la mente divagaba», «levantó la mano». El exceso de posesivos suele ser una interferencia del inglés, donde su uso aporta, por ejemplo, el sexo de la persona. En español, la claridad contextual permite omitirlos sin pérdida de significado.  

Dosificar los adjetivos 

Los adjetivos enriquecen la descripción, pero, mal empleados, sobrecargaban el texto. Deben aportar valor significativo, y raras veces funcionar como mero ornamento. Un adjetivo preciso y bien colocado resulta más efectivo que tres genéricos. «Una tarde melancólica» dice más que «una tarde triste, gris y solitaria». Hemingway demostró que se puede crear literatura poderosa con escasos adjetivos. Los principiantes tienden a saturar sus textos con calificativos, cuando lo mejor es seleccionar con rigor cada adjetivo, asegurándose de que aporte una cualidad relevante. Menos, es más. 

Ese adverbio… ¿es realmente necesario? 

Como en el caso del título de este apartado, la mayoría de adverbios que se utilizan en un texto restan más de lo que suman. El mísero matiz que puede aportar el «realmente» no compensa el lastre de cargar una y otra vez con palabras innecesarias. Piénselo: ¿qué diferencia hay entre «¿es realmente necesario?», y «¿es necesario?»? Ahora considere la cantidad de veces que repetiremos esta fórmula a lo largo de una novela de 400 páginas. Menos, es más. 

El gerundio, ese pésimo recurso 

El uso incorrecto del gerundio constituye uno de los errores más frecuentes en español. Construcciones como «cayó, acabando muy malherido» emplean el gerundio de posterioridad, gramaticalmente incorrecto. El gerundio debe expresar acciones simultáneas o anteriores a la acción principal, nunca posteriores. La solución consiste en emplear coordinadas o subordinadas: «cayó y acabó muy malherido». Esta fórmula no solo es correcta, sino que aporta mayor claridad y precisión temporal. 

Listas, solo la de la compra 

Las enumeraciones («recorrió calles, plazas, avenidas, bulevares, parques y jardines») cansan y diluyen el foco narrativo. Es preferible seleccionar los elementos más representativos o significativos en lugar de acumular sinónimos. Las enumeraciones deben servir a un propósito, no constituir un alarde de vocabulario. Menos, es más. 

El veneno de las sobre explicaciones 

Las explicaciones redundantes insultan la inteligencia del lector y son uno de los errores más comunes de un escritor principiante. Frases como «atravesó la habitación hasta el otro lado» contienen información obvia (¿hacia dónde más podría atravesarla?). Como dice un meme que circula por ahí: «Sé la persona más inteligente de la habitación: Elimina las palabras innecesarias que no necesitas en las frases.» Menos, es más. 

¿Palabros? No, gracias.  

En este momento del artículo cedemos la palabra a Antonio Machado, o, mejor dicho, a su Juan de Mairena cuando da su clase de retórica y poética.  

Dice así: 

—Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba: «Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa». 

El alumno escribe lo que se le dicta. 

—Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.  

El alumno, después de meditar, escribe: «Lo que pasa en la calle». 

— No está mal (dice Mairena). 

El uso injustificado de cultismos y términos rebuscados no transmite erudición, sino pomposidad. Cuando se pueda bajar nunca hay que descender.  

Por activa, no por pasiva 

Las construcciones pasivas («el examen fue aprobado por todos los alumnos») resultan más débiles y menos directas que sus equivalentes activos («todos los alumnos aprobaron el examen»). El español, a diferencia del inglés, prefiere naturalmente la voz activa, más dinámica y concisa. La pasiva refleja o pronominal («se aprobó el examen») es solo preferible para casos donde importe destacar el objeto sobre el sujeto. 

Seamos positivos  

Las construcciones negativas son más complejas de procesar. «Era cobarde» es preferible a «no era muy valiente». Las afirmaciones directas impactan con mayor fuerza y claridad en el lector. Las negaciones dobles, tan frecuentes en español coloquial, deben evitarse en la escritura formal: «no había nadie que no supiera» puede simplificarse como «todos sabían». Esta transformación de lo negativo en positivo aporta contundencia y transparencia al mensaje. 

Repetir palabras es como comer ajo 

No hay nada que empobrezca más un texto que encontrar la misma palabra varias veces en un corto espacio: «Juan era un escritor que usaba mucho las palabras. Usaba tantas palabras que las repetía constantemente. Le encantaba escribir sobre el mar. El mar era su tema favorito. Siempre describía el mar con las mismas palabras». La solución pocas veces consiste en el uso de sinónimos, si no en recordar que menos, es más: «A Juan le encantaba escribir sobre el mar, su tema favorito. Pero siempre lo describía con las mismas palabras.»  

La aplicación de estos once sencillos principios transformará cualquier texto en más preciso, elegante y efectivo. El proceso exige revisión constante y autocrítica: buscar y eliminar los elementos nocivos hasta convertir su detección en hábito automático. Como afirmaba Antoine de Saint-Exupéry: «La perfección se alcanza, no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar». O, dicho en tres palabras: menos, es más. 

Jordi Solé
Jordi Solé
Es licenciado en Ciencias de la Información. Tras dos décadas ejerciendo como periodista en diversos medios decidió pasarse al mundo de la ficción. Desde entonces, es autor de más de una docena de novelas de distintos géneros habiendo ganado los premios Néstor Luján de novela histórica y Prudenci Bertrana, ambos en catalán.

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