About the work
http://valentina-lujan.es/R/coluegoexplisramir.pdf
por señas y con muy buen criterio aunque en unos términos tan excesivamente técnicos — téngase en cuenta que, y que quizás no se haya mencionado con anterioridad no siendo el anciano el personaje principal del asunto que nos ocupa, el señor Ramírez había sido (o en realidad seguía siendo, claro, aunque ya no ejercía) ingeniero industrial —, como, por poner un par de ejemplos, los que puedan encontrarse en Bill of Materials o Análisis de Pareto que el chico se declaró incapaz de traducir y hubimos de recurrir a las páginas amarillas de la guía telefónica para buscar un traductor especializado que resultó ser, una vez localizado al puro azar y sólo porque venía resaltado en un recuadro y negrilla, un antiguo empleado de la inmobiliaria de la que Celedonia fuese, por aquel entonces de sus ya respectivas lejanas juventudes, la propietaria.
Era él, el traductor, un joven, muy joven por entonces, aficionado a los idiomas de manera que, tan pronto salía a media tarde del trabajo, acudía a la academia Berlitz, ubicada por aquellos años en la calle del Arenal, donde se instruyó de tal modo y tan a fondo en diversas lenguas extranjeras que luego, ahora según explico tras presentarse pero sin reconocer de momento a su antigua jefa a la que saludo con cortés indiferencia, los amplios conocimientos adquiridos le permitían llevar una vida desahogada trabajando para universidades extranjeras de tanto prestigio como Yale o la Ludwig Maximilian University de Múnich o la Hokkaido (con una rayita sobre la última o) de Japón en la que estuvo, por cierto ( que en su opinión fue enorme desacierto según confesara tiempo después a su confesor que — por cierto, también por cierto y también tiempo después aunque en este caso el clérigo jamás se arrepintió —, tras colgar los hábitos y entendiendo que una vez colgados quedaba él eximido del secreto de confesión, no tardó en, sabedor de la fama y del renombre y del prestigio adquiridos por el antaño mozalbete al que diera la absolución, acudir a contarlo a un programa de televisión de máxima audiencia) en calidad de invitado y, cuando al objeto de homenajearlo lo invitó el director — “no, no del programa”, aclaró la señorita interrumpiendo el dictado, “no del programa sino de la universidad con una rayita sobre la última o; que no atendéis” — a la ceremonia del té, conoció a una geisha de la que, haciendo una nueva pausa la señorita para explicar que se enamoró y rogar al alumnado que hicieran el favor de no olvidar abrir y cerrar tanto los paréntesis como los guiones “porque, con el despiste que os traéis, vaya nadie a enterarse en condiciones de quién ni cuándo ni dónde se enamoró de quién”.
Y, como estaba a punto de sonar la campana, cerró el libro y lo guardó en su cajón, y “hasta mañana” y que nadie le viniera, “tan peliculeras que sois las adolescentes”, en kimono y boquita de corazón ni canturreando (aunque fuese por lo bajo) Madame Butterfly.
Y, saliendo ya por la puerta, “ah, y las comillas”; las comillas y la ventana que las cerraran bien también.
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.