About the work
http://valentina-lujan.es/alicia/deprimido.pdf
Pero cuando muy pocos días después volvimos a vernos lo encontré deprimido.
– ¿Qué te pasa? ― le dije, cerrando la carpeta y dejándola a un lado.
– Nada ― repuso ― ¿Qué quieres que me pase?
– Nada…
– ¡Pues a ver si es verdad! ― contestó, con un algo de sarcasmo y pidiendo “a ver esos malditos folios” que hoy, dijo, tengo poco tiempo que perder.
– No ― y para reforzar mi negativa, recuerdo, coloqué sobre la carpeta el paquete de tabaco y el mechero ―; si no estás de humor será mej…
– ¿Vas a empezar de nuevo? ― inquirió. Y parecía francamente molesto.
– No. Bueno… ― titubeé ―; quiero decir “no sé”. Mi intención era seguir porque, como la otra tarde parecías satisfech…
– ¿Y cuánto puede importar eso?
– Pues mucho. Después de todo tú eres el escritor, el que sabe de esto; y yo había pensado que si estabas content…
– ¡Y dale conmigo!
– Vale, vale… Hoy no estás de humor; es por eso que…
– ¿Te querrás olvidar de mi humor? ― inquiere ― ¿Te podrás olvidar de mi jodido humor y entrar en materia de una maldita vez y en serio?
– Sí, pero otro día; otro día que te encuentres en mejor predisposi…
– ¡A mi predisposición que la zurzan! ¿Te enteras?
– De acuerdo…
– “De acuerdo”, no ― rebate ―. Lo dices con desgana, sin entusiasmo, sin prestar atención a lo que si de verdad estás dispuesto a colaborar debe ocuparte…
– ¡“Si de verdad estas dispuesto a colaborar”! ― y me siento dolido, casi menospreciado ― Sabes de sobra, y a la vista está ― aparto el tabaco y el mechero; abro la carpeta y doy un palmetazo sobre los folios ― que estoy poniendo toda mi mejor voluntad en esto…
– No, si sí ― admite, aunque como que a regañadientes ―; buenísima a lo mejor lo es, pero tan débil, tan irresoluta, tan huidiza y timorata…
– ¡Hiriente! ― lo corto, cerrando la carpeta de nuevo y volviendo a poner sobre ella el tabaco y el mechero ― Hiriente y ofensivo, estás también.
No contesta. Se queda un rato en silencio, con la cabeza entre las manos. Luego se endereza, pide a la camarera un café “por favor doble”, tabalea sobre el tablero, infla los carrillos y sopla emitiendo una especie de brrr o algo así, se rasca la frente y dice verás…
– Verás… ― dice.
Pero se para para, entornando un ojo, preguntar si voy a ser capaz de comprenderlo.
Le contesto que lo intentaré y él dice de acuerdo y que pues entonces deje de marear la perdiz, y de ocuparme de él garabateando si está de tal humor o de tal otro, y de poner en su boca cosas que él me ha dicho que ― le parece a él y si no, me sugiere, tómate la molestia de pararte a pensarlas un poco y que ya veré cómo chirrían ― quedarían bastante mejor si me las llamase yo mismo.
– ¿Como qué, por ejemplo? ― le pregunto.
– Como que eres un escritor de mierda ― dice.
– ¿Ah; si?
– Si: “Un escritor de mierda”, dije.
– Vale; ya me he enterado… ¿Y?
– Pues que no me gusta…
– ¿Y qué es lo que quieres que yo haga?
Se encoge de hombros y dice que él qué sabe; que si es que me lo tiene que dar todo resuelto y masticado; y que piense algo, una formula
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Que tiempo de sobra tendré por las mañanas, en el ministerio, sin otra cosa que me pueda distraer mas que “tus aburridos expedientes” – dice ―, de discurrir un diálogo con el que plasmar negro sobre blanco “si es que te quieres mantener en la idea de que discutamos por tal o por cual nombre para Camelia” nuestros desacuerdos. Pero que con uno o con otro lo que...
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.