About the work
https://valentina-lujan.es/alicia/cuamenga.pdf
y cuando más en falacias si bien ― y dado que lo piadoso era admitir o reconocer que no era el caso porque intento de dañar no lo hubo en ningún momento, o se carecía (que él supiese, y lo quiso dejar muy bien sentado) de pruebas fehacientes e irrefutables ― el término “falacia” podía estar pecando de excesivo y, por eso, el abuelo quiso que el chico lo borrara pero no supo y tuvimos ( o “tuvieron”, porque si es cierto que me invitaron a participar en la votación no es menos verdad que me excusé so pretexto de que prefería permanecer al margen y no inmiscuirme en asuntos familiares tan delicados siempre y más, como era el caso, habiendo niños de por medio) que elegir entre desandar un trecho o dejar las cosas como estaban sin prestar oídos a que la sugerencia que (por qué no) habría podido ofrecerse a hacer la vecina de al lado, que habiendo venido (o, bueno, “ido”) casualmente en mitad de la polémica a pedir una tacita de harina para hacer un bizcocho no estaría de más el suponer que deseara corresponder brindando su ayuda, apuntaba al hecho de que podíamos sustituirlo sencillamente por “mentira”, término mucho menos drástico según ella con el que, sin embargo, no estaríamos faltando a la verdad pero sí sorteando un escollo que a saber quién podría ser el desdichado al que cayera en suerte el verse obligado a esgrimir ante los ojos atónitos de sus asombrados ascendientes – si el azar se decantaba por sonreír a los más jóvenes – o frente a las narices de sus – caso de que el albur se inclinase por favorecer a los más viejos – estupefactos descendientes. Ofrecimiento que podría ser bien acogido por Ramírez y por sus padres y los niños, pero rechazado de plano por la madre (de estos) aduciendo que ella quedaba en desventaja no teniendo a sus propios ascendientes a mano porque “entiéndame, doña Isidora – le diría en un aparte en la cocina – yo a mis suegros los quiero y los respeto, sí, pero no es lo mismo”.
Pero mi amigo, cuando se lo comentase, se mostraría reticente a tal eventualidad argumentando que la vecina – si es que en verdad era “vecina” y no un repartidor de guías telefónicas o empleado de alguna empresa suministradora de energía que pretendiera tan sólo leer el contador del gas (en cuyo caso no quedaría justificado el que se sintiera en la obligación de corresponder) – podía no venir (o, bueno, “ir”) en son de paz o pidiendo favores con muy buenas maneras y tono compungido porque “me doy cuenta perfectamente de que estoy abusando de su amabilidad, Sonia (pues ella me había informado previamente, creo recordar, de que podía llamarla Sonia), pero después de haber prometido a mi nieto que mañana le daría bizcocho para desayunar” resultó que..., en fin, un largo etcétera de inconvenientes quién sabe si no del todo falsos o por lo menos inventados en parte sino, muy por el contrario, hecha un verdadero basilisco – porque ella (la señora de Ramírez hijo) hubiese cometido la falta imperdonable de tender la víspera ropa de color sin centrifugar debidamente y ella (la vecina, pero no de al lado sino del piso de abajo) “mire, desteñido de rojo y echado por completo a perder el vestido blanco de organdí de la niña” – indicando, una vez que se le pasara el acceso de ira “porque en realidad ya no se lo ponía porque con el estirón después de las anginas del invierno pasado le quedaba pequeño”, que se podía ser un poquito más flexible (y doña Isidora parece que lo era) y optar por una tercera vía consistente en hacer dos grupos, y que uno de los grupos se pusiera en camino para desandar y el otro se quedase para dejar las cosas como estaban antes de que “mi pobre hijo falleciera en dramáticas circunstancias” y la madre de la niña se hiciera groupie de “uno de esos cantantes modernos drogadictos” , dijo, indeseable pero muy afamado — explicó también — y se fuera tras él, siguiéndolo a todas partes en sus giras, para no regresar.
Y como entendí que mi amigo, al que tuve siempre por una de las personas más ponderadas y ecuánimes de entre toda la clientela del bar al que acudía cada mañana a desayunar y en la que me fijé con disimulo para tomar de ella los rasgos más apropiados y acordes con la personalidad que yo deseaba para un personaje tan primordial en mi obra, no pondría objeción alguna a una solución tan razonable opté por adherirme a esta propuesta (mucho más apta “para todos los públicos” que aquella otra de la mujer del pelo largo exponiendo con profusión de detalles impropios del momento y del lugar vaya nadie a saber qué oscuros motivos para justificar su del todo extemporánea irrupción en el ambiente sereno y apacible del cuartito de estar de los Ramírez) y ofrecerme, si es que mi presencia se consideraba conveniente, a formar parte de uno de los grupos.
Versaciones
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.