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Arráncate los ojos, olvida que alguna vez tuviste alma; no tengas oídos ni recuerdos ni palabras y borra, de una vez, de todas partes el rastro si es que alguna vez lo hubo de un algo de verdad, o de bondad, o de ilusión o de esperanza.

Rómpelo todo, arrasa con todo, destruye toda vinculación y toda traba; desata cada nudo en la garganta, y en el pecho, y en las venas por las que no circula nada más esa sustancia amarga que te mató, tan lentamente, tan sin dejar que nadie lo notara, tan sin sentir que nada era indeleble, tan sin brotar de los labios quejido ni del adiós un ‟no ha de ser por siempre”.

Desnúdate delante de las gentes que van a ver tan sólo carne ajada, y piel y alguna cicatriz jamás borrada que no dejó más allá de un trazo incierto la cierta insinuación de que hubo un antes que fue el error barrido por un luego que no negó su pobre vacuo espanto frente a la atroz miseria de lo horrendo.

Septiembre de 2015

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Poesía