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https://valentina-lujan.es/D/delaevolucion.pdf Dices que todas las especies animales tienen desarrolladas al máximo sus capacidades evolutivas ―‟la hormiga está al máximo de su evolución (o tal vez has dicho capacidad) hormiguil” ―, hacen en todo momento exactamente lo que deben hacer, sin equivocarse nunca. No van a evolucionar más. Todas las especies animales excepto el hombre; que tiene sí más capacidades que cualquier especie animal, pero capacidades que muchas son sólo potenciales, que están sin desarrollar. Lógicamente cabe preguntarse si las especies vegetales también, y, si la respuesta es que sí (y doy en suponer que lo es), la conclusión inevitable es que todo lo que existe y tiene vida, toda especie animal o vegetal ―de los minerales no has hablado (hoy)― tiene también cumplida su misión y saldada, por decirlo de algún modo, su responsabilidad hacia sí misma. Surge así la reflexión de que, si el sentido o el para qué de toda vida es evolucionar, para qué existen todas esas especies cuando ya no hay nada que puedan hacer que vaya a revertir en su propia utilidad o beneficio; ni en beneficio o utilidad de cualquier otra especie que no los necesita porque también está en su máximo. En términos puramente prácticos entiendo que sí, que la gacela es útil para el león porque va a alimentarse de ella, y que el león es útil para la gacela que se alimentara de los vegetales a que dé lugar el abono generado por el proceso digestivo del león que se comió a su hermana. Pero en términos más, se me ocurre “cósmicos”, no parece que se necesiten para nada unas especies a las otras. Y sin embargo existen, y, si todo cuanto existe tiene como fin último la evolución, se me cuaja a mí en mi cabeza que el destinatario de los paraqués de sus respectivo existires sólo puede ser el ser humano. Vamos, que (entiendo) la relación que el ser humano establezca con la Naturaleza será determinante para su evolución. A todo esto surge, en mi pensamiento y como si mi pensamiento fuera un cuadro aún sin pintar, una pizarra negra esperando que alguien dibuje algo, en una esquinita (la esquinita superior derecha, por concretar) un punto rojo, bastante grande y muy llamativo, que genera en mi mente la frase “propiedades emergentes”, tal vez porque Miguel la mencionó en algún momento y, cuando averigüé qué eran esas propiedades, me parecieron algo muy interesante y que daban explicación a muchos de los sentimientos y comportamientos de las personas. No tengo sensación sin embargo de que la relación del Hombre con la Naturaleza vaya hoy por hoy más allá de intereses meramente utilitaristas ―como el típico y tan repetido por los que se llaman ecologistas “tenemos que cuidar el planeta porque qué mundo si no heredarán nuestros hijos”―; o de valoraciones estéticas como “qué paisaje ―o qué perro, o qué gato, o qué guacamayo ―tan bonito”; o de la satisfacción de caprichos o carencias afectivas como “una mascota hace mucha compañía”; o, y en el mejor de los casos, el encomiable desde luego de tantas personas como se declaran “amantes de los animales” y, sí, se desviven por ellos. Pero, si algún sentido tiene (y que no sé si lo tiene) ese “propiedades emergentes” manifestado en forma de punto rojo en una esquinita de mi pizarra negra, me digo que desde que el mundo echó a rodar ya tenían tiempo las tales propiedades (sean las que sean) de haber emergido, y no parece sin embargo que lo hayan hecho. Llego a la conclusión, por tanto, de que la Naturaleza nos está enviando algún tipo de mensaje que nuestros sentidos no están entendiendo. Y que sólo se hará entendible cuando nuestra relación con ella sea muy otra y muy distinta de todas cuantas hasta ahora hemos acertado a establecer. Y de que esa relación desconocida con la Naturaleza cambiará radicalmente el sentido de nuestras vidas. Y nos abrirá unas puertas que jamás hemos pensado que hubiese que abrir porque ni nos hemos percatado de qué puertas. De todas maneras, y si pienso que voy a saber más o menos pasarlo a palabras sin tener que utilizar demasiadas ni hacerme un lío al exponerlo, te lo plantearé en la próxima ocasión que se tercie, y sólo cuando se tercie. 21 de septiembre de 2018 Etiqueta: Admistiquios Categoría: Prosa
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Date: | Apr 16 2023 17:59 UTC |
Author: | Valentina Luján |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.