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http://valentina-lujan.es/P/peroselepas.pdf Pero se les pasó. ¿Por la cabeza? – ¡Y por dónde iba a ser sino por… ― la de Gargayo, que parece que se va soltando pero, aparte de que con los idiomas en general y el francés en particular aún no se atreve, ciertas expresiones nunca fueron lo suyo ―: una historia tan hasta tal punto estrafalaria! ¿A quién? –Ah, pues mire usted, yo ― el cartero ― estaba nada más de paso que, recuerdo, era por cierto un día en que tenía que repartir cantidad de cartas certificadas… –Pero… –Del ayuntamiento ― concretando ―, con su acuse de recibo… ¿Pero es que iba todo el mundo a lavarse las manos? ¡Hombre, por Dios; un poquito de vergüenza torera, que lo que nos jugamos no tiene precio! – ¿Y eso quien lo dice? ¿Y eso quién lo dice? Lo dice, es decir: lo dijo, dice Gerardo, la señorita Oriana. Porque era ella, Oriana, y no sólo porque Gerardo aun tan sordo lo recuerde con su cabeza tan bien amueblada, la única que no era la única… Pero, bueno, digamos la única, ahora, por aquel entonces que no transigía con inexactitudes por mínimas que fueran, era… –La señorita Oriana, sí, Gerardo; pero eso ya lo hemos dich… –Ah, pero eso qué importa ¡Él lo dice tan bien! – Todo lo bien que a él se lo dijeron ― ella, que tal vez irritada por la sordera siempre parece querer quitarle méritos aunque, dulcificando un poco su sonrisa ácida ―: ¿No es cierto? Para de inmediato, quizás arrepentida de haberse suavizado, como queriendo poner a prueba su cabeza, cómo se llamaba aquella chica… Hace él el gesto con la mano de borrar la ausencia de recuerdo pero ― dice, que dijo ― qué le podría referir de ella que fuese nuevo para usted cuando habrá sufrido en sus propias carnes a la señorita… déjeme recapacitar un momentito… eee… aaa… ¿Benilde, tal vez? No, ¿eh? Pero le advierto que es lo mismo como suelen ser todas tan cortadas por el mismo patrón, en realidad. El caso es que le echaba la bronca y “Enedina ― dice, tal y como recuerda se le dijo ―, Enedina, cuándo sentarás la cabeza”. Y Enedina, un poco avergonzada, jugueteaba incómoda con cualquier cosa que tuviese a mano y se lamentaba “lo siento, lo siento, de veras que lo siento”, compungida y al filo de las lágrimas considerando, por un lado ― en un alarde de sensatez del que pero ten presente era advertida por una voz en off que inundaba la estancia no deberás jamás vanagloriarte ―, cuánto menos agotador que esta lucha le resultaría sentar de una vez por todas la cabeza, ahí junto al ventanal como al abuelo, en su mecedora, con una manta sobre las rodillas y, por otro ― asintiendo inclinándola para hacer a la postre lo que le venía en gana ―, que por culpa de su insensato proceder podía estar dando al traste, sin quererlo, con las expectativas de… –Toda esta gente ― exageraba dice acompañando sus palabras de un giro sobre sí misma y de un extender el brazo derecho con gesto algo más teatral que lo puramente necesario sin moverse. Exageración en la que, lo mismo que sucedía con el trapo de cocina de doña Magdalena pese a lo mucho que desentonaba con su precioso vestido y los pendientes largos, ninguno de los presentes reparaba o, si lo hacían, disimulaban estupendamente y seguían cada cual con lo suyo sin pronunciar palabra. Era la norma. Que dijo, dice. – Pero qué le podría contar de normas; cuando ustedes también tendrán las suyas porque, allá donde exista algún tipo de proyecto, siempre existirán infinidad de norm… – O no tantas. Bajó entonces el brazo y, al alzar la cabeza, pudo ver que quien había hablado era una señora que, junto a su esposo ocupado en leer los titulares del periódico, tomaba el sol acodada en la ventana de un tercer piso. – ¿No tantas? – pesarosa ahora, entonces, de estar prolongando sin guion una escena que, de otra manera (dice Gerardo), habría finalizado tras su actuación sin mayor sobresalto. –No, porque considerando que… aquí mi esposo, y yo misma, no tenemos ninguna… Quedó algo desconcertada por el tono, amable y festivo, y por la altura ya que, lo previsible, habría sido escuchar increpaciones y amenazas preferidas con ceño fruncido y tono adusto por un individuo calvo y, siempre, desde un primer piso. Aquella señora tan risueña lucía, además de una sonrisa tan cordial y aquella voz cantarina, una melena envidiable. Recordaba asimismo vagamente y algo hambrienta ― la memoria de Gerardo es prodigiosa porque Etiqueta: Enganchados Categoría: De entre los papeles de un baulito chino
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.