About the work
https://valentina-lujan.es/alicia/unacarcaj.pdf
que fue a estrellarse contra el cristal de la ventana de un pequeño cuarto de estar no — por indicación de mi amigo que debe de ser que aquel día se sentía innovador — de los Ramírez (que casualmente estaban reunidos con la desconsolada cuñada del señor Ramírez padre viuda de su hermano gemelo fallecido recientemente, que llorosa y enlutada había venido a visitarlos y le habían ofrecido una copita de oporto para alegrarla que ella, tras una breve protesta, aceptó) sino pequeño, sí, porque pequeño sí que podía servir, pero saloncito de estilo rococó que fue muy del agrado de Lola cuando se lo describí con sus silloncitos y lámparas y cortinajes porque dijo ¡ah, qué bien, rococó! y que, aunque a ella no le terminaba de gustar porque lo encontraba un tanto relamido, rococó había sido un acierto y me felicitó (quiero decir a mi amigo, por delegación) porque, dijo también, si se le hubiera llegado a escapar a usted la mano nos hubiéramos ido al barroco, que, ese sí, no lo puedo soport…
– Ah, pero, Lola — me apresuré, en mi afán de complacerla, tenerla contenta, temeroso de que molesta o a disgusto empezase a, sin dejar ver lo que pudiera llamarse propiamente enfurruñamiento (bueno, que casi mejor enfado o, más literario, enojo), empezar a mostrarse remolona a la hora de prestarme unos servicios de los que tan necesitado había llegado a sentirme y que, aun no sabiendo cómo ni cuándo podría pagárselos, tanto y de todo corazón le agradecía —, yo deseo fervientemente que en esta nuestra relación todo, absolutamente todo, sea de su total y completo agrado, que se sienta usted cómoda, y si el rococó tampoco termina de satisfacerla puedo, es decir podemos, los dos, claro, usted y yo, como todavía estamos a tiempo, cambiar silloncitos, cortinajes y lámparas e incluso alguna chaise longue por un simple diván y, todo, de estilo… ¿ qué le parecería, por ejemplo, colonial?
– Ya, sí — rascándose dubitativa el entrecejo con la punta del cuchillo que estaba utilizando en pelar patatas para una tortilla que me había preguntado si la prefería con cebolla o sin cebolla —, tengo idea de que el colonial es más sencillo, más funcional, pero — dejó el entrecejo y volvió a sus patatas —, el problema, y me gustaría que me entendiera, no es ese.
– ¿Cuál es, en tal caso, Lola, el problema que usted encuentra y del que yo no me percato?
– No sé — lenta, dubitativa esta vez —; la carcajada, la carcajada tal vez…
– ¿Es la carcajada lo que la disgusta? Porque, podemos, si usted lo desea…
– Oh, no, si la carcajada está bien; y que se estrelle contra el cristal de la ventana no está mal, pero, desde ella, ese pequeño saloncito y todo lo demás, me resulta tan… no sé — y empezó a pelar la cebolla.
– Pues lo desechamos todo, Lola, y ni colonial ni nada, y la ventana… pues, sin ir más lejos porque para qué complicarse con zarandajas, mismamente la de mi despacho… y ya está.
– Esa no me viene bien, que tengo los cristales sin limpiar.
– Pues, en tal caso, la de…
– Ah, pero no importa, no importa — la veo un poco irritada —, con ventana sin más es suficiente de momento, y ya veremos dónde la colocamos. Lo malo, ya le digo, es el saloncito terriblemente empalagoso, y por no hablar de esos servicios que ha escrito que le presto de los que tan necesitado se siente y no sé qué de que no sabe cómo ni cuándo me los podrá pagar…
– Vale, Lola, ¿qué sugiere en tal caso que hagamos?
– En lo que a mí respecta — cortante, algo tensa y distante poniendo aceite en la sartén — ponerme a freír las patatas, y la cebolla, claro… En cuanto a usted, y ya que me lo pide, sugiero que desde la ventana, exactamente desde la ventana, tire a la papelera estos dos y casi medio folios que lleva garabateados.
– Pues lo podía haber dicho, Lola, cuando le avisé de que todavía estábamos a tiempo, que llevábamos sólo un folio y cuatro renglones.
Y, como se había vuelto de espaldas para ocuparse de su sartén y sus patatas (y su cebolla, claro), hice una pelota bien crujiente con los papeles para que la oyera y abrí la ventana; pero no los tiré, no los tiré sino que, como era viernes y el fin de semana Lola no venía, los guardé en el cajón de mi mesa con intención de el domingo plancharlos y, el lunes, enseñárselos a mi amigo a ver a él, antes de tirarlos, qué le parecían.
Y le parecieron, sí, pero mal; mal porque dijo que aunque lo del saloncito rococó lo mantenía...
Comments
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.