Delante de una lavandería de ropa, un perro grande —con cara de portero de discoteca— controla la entrada. Al otro lado, dos canes más pequeños esperan su turno, quizás para lavar sus abrigos de invierno. A un lado, revistas y papel higiénico; al otro, un frutero rebosante. En el cristal, el aviso es claro: “Solo para perros”. Nada de humanos. Aquí, la colada también tiene pedigree.