About the work
https://valentina-lujan.es/A/Le%20prometo.pdf
alborozado que esa misma noche, en cuanto llegue a casa y sin detenerme prácticamente en nada más que en ocuparme unos minutos de Indalecio y echarle como siempre la cortina, me pondré manos a la obra de deshacerme de todos mis temores y prejuicios, de la estúpida cobardía que me impide aceptar el hecho incuestionable de que soy un simple amanuense condenado a vivir siempre en la sombra (y a morir, que es lo que más podría echarme un poco hacia atrás y no por el propio y tan cotidiano hecho de hala, adiós mundo cruel y ya está sino, y eso es lo que a lo mejor me da pereza, por el lóbrego panorama de en la sombra para toda una eternidad, tan larga) y, con entereza y resolución, tirar por la ventana sin siquiera echarles un vistazo tantos complejos, traumas, frustraciones y amarguras que me han impedido ser yo mismo y que de una mala gana imperdonable he ido arrastrando desde allá donde la memoria me alcanza, y dedicarme, en exclusiva ni desviarme un ápice de mi propósito, a ser el sin sal ni fuste ni sustancia que, según colijo de aseveraciones tantas veces escuchadas a mi madre, el destino me asignó desde el instante mismo en que fui engendrado.
Y así es como hoy, tanto tiempo después, no diré lo recuerdo sino lo escribí porque ahí está con sus exactamente doscientas doce palabras ni una menos ni una más, me asalta, enmarcada por sus dos interrogaciones una con el puntito arriba y otra con el puntito abajo del principio y del final, la pregunta de qué pudo pasar para que, con la decisión tomada y la ventana ya abierta, renunciara al propósito que creyese tan firme y — tras volver a meter en el cajón de la cómoda donde los guardaba desde siempre los traumas, complejos, frustraciones y amarguras — me pusiera un pijama de flores que tenía sin estrenar desde hacía años y me acostara a, sin tan siquiera echarle la cortina ni ponerle su comida a Indalecio, dormir a pierna suelta y despertarme, sobresaltado, cuando a eso del mediodía sonó el teléfono y escuché la voz de mi editor que enfadadísimo me reclamaba ¿qué coño pasa con la entrega de hoy que la estoy esperando desde las nueve de la mañana?
Me levanté, me quité el pijama de flores, me puse unos vaqueros y una camiseta y, sin duchar ni desayunar ni afeitarme — le referí a mi amigo —, me metí estas dos hojas en el bolsillo y paré un taxi.
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.