About the work
https://valentina-lujan.es/alicia/quemelodebidep.pdf
Que me lo debí de preguntar yo mismo , por lo visto, en el momento y sobre la marcha, o si no ahí estaba escrito, con sus interrogaciones y remarcado como si no lo quisiera olvidar; pero que habría olvidado con perfecta y sincera naturalidad de no haber sido porque él, ahora, no sabría yo calcular cuánto tiempo después porque veo que está sin fechar, me alarga el papel, y me lo pregunta, ahora, en el presente…
− ¿Continuó? — dice.
− La pregunta — respondo — podría tener su gracia si no fuera porque…
Pero me paro en el “porque” porque quiero, antes de continuar, saber qué le parecen mis progresos, y le pregunto ilusionado “¿cómo lo ves?”
− No sé — dice torciendo el gesto —; lo encuentro como raro. No es tu estilo.
− Pero puede ser el tuyo — respondo, sin dejarme intimidar porque siento, no sé por qué, o si, a lo mejor, porque llevado del infantil optimismo del que me dan ataques aunque gracias a Dios de tarde en tarde, pienso que las musas se muestran hoy condescendientes conmigo y puedo con todo lo que se me ponga por delante —; y, el escritor, acuérdate, ahora eres tú.
− Pues por eso lo digo. Porque yo pensé que un burócrata, con la cabeza estructurada para seguir un orden razonable, tan capaz de imaginarme como yo te conozco… o he creído conocerte — y su voz suena apesadumbrada —, pero ya veo que me equivocaba, no dejaría que una situación tan sencilla se le fuese de las manos de una forma tan… Vamos: que me esperaba otra cosa.
Me desazona no ya su decepción — que en lo tocante a cuánto pudiese creer en mí ya sabía, desde el principio, que no debía albergar grandes esperanzas — sino el verlo tan de verdad contrariado; y se me ocurre, por salvar la situación, tratar de alegrarlo, arreglarlo, con algo tan socorrido como “digamos que ha sido sólo un lapsus”.
Pero me mira arrugando la nariz igual que cuando, de niños, hacía ascos a las cucharadas de aceite de hígado de bacalao que su madre le daba; aunque se la traga, por fin, tan a regañadientes como entonces, y accede a “digámoslo si quieres”.
Y que si no te tendré por casualidad un caramelo, recordando, quizás, el sabor del aceite en el que soy quien está pensando… Pero que no termina de gustarle…
− Lo entiendo — intentando mostrarme comprensivo.
− “¡Lo entiendo!” — sarcástico, él, ahora…
Y pero que qué sabre yo.
Y, aunque no digo más pero a punto estoy de contestarle “nada, claro, pero tú me pides un caramelo cuando sabes de sobra que nunca necesité aceite de hígado de bacalao; ¿o te crees que soy tonto y no me daba cuenta de que os burlabais de mí porque estaba un poco gordo?”, él quiere saber si en el colegio o cuándo.
Y que si importa eso mucho. Le contesto.
− No – dice —; pero entre los recuerdos algo me ha traído a la cabeza a… ¿era la señorita Isidora?
− ¿Isidora? ¿Aquella que tenía el pelo rubio tan rizado?
Pero él dice que no.
− ¿No? — yo.
Y él que pues que claro que no “porque de dónde te has sacado tú — me dice con un punto de acritud — que las cosas, y las personas, y los lugares, tengan que ser y tener los colores y los aspectos que tú caprichosamente les adjudiques” cuando, y si me paro a discurrir un poquito, agrega, muy bien puedo encontrarme con que todo, objetos y lugares y personas, no estén siendo, pasado un tiempo, fieles a la imagen que se conserva de ellos.
− Y ya veremos — augura — si no tienes que, aunque te cueste trabajo y te dé mucha pereza, replantearte el rectificar o hacer algún retoque por lo menos.
No le contradigo porque no tengo ya hoy ganas de más desencuentros, pero a mí me parece que si tengo que rectificar algo casi voy a preferir hacerlo con todo, o gran parte al menos, lo concerniente a la historia y de Ramírez, con sus padres y con sus hijos y con su Sonia y su fisioterapeuta y su polaco y, en un derroche de imaginación o valentía, con el ministerio y la chica de las botitas de piel vuelta, y Vulcano, con su fragua y todo, y mi tía Luisa con sus gemelos y el bricolaje y los tiestos; pero no con la señorita Isidora y su larga y sedosa cabellera de bucles dorados cayendo en cascada por su espalda ni con sus maravillosos ojos verdes que, si encuentro que van...
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.