About the work
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o, por lo menos, y si me asalta la duda de si estaré, con sus galones y su botonadura dorada, confundiéndolo con el capitán del barco de mi tía, recordaré ― esto sí seguro, ya que no tengo nada que llevarme a la boca porque Lola no sé dónde está, y con lo de la cocinera estoy todavía en trámites ― que, dentro de las contrariedades, podré comerme la pasta para rellenar los volovanes, que no es a fin de cuentas muy distinta de la ensaladilla rusa.
Pero mi madre, con esa manía que tiene de llevarme la contraria, cuando me llama preguntando qué voy a comer dice que estoy muy, pero que muy equivocado. Y yo me callo y no se lo discuto, porque de temas culinarios entiendo poco. Pero mi silencio parece irritarla porque, sacudiendo con impaciencia la cabeza y los ojos en blanco, eleva las manos al cielo y exclama que esto se venía venir, y que ella ya lo sabía, y que me lo habrá repetido mil veces pero que a mí nunca me ha entrado en la cabeza…
‒ ¿Por qué ― pasando del tono irritado, al afligido ―, hijo mío, tienes que ser tan terco?
‒Pues porque debe de ser ― y que, bien sabe Dios, me disgusta ser brusco con ella, porque luego me da pena, pero es que me lo ha puesto lo que se suele, en términos muy coloquiales, decir a huevo ― que he salido a mi madre.
Noto, nada más terminar de soltarlo, que palidece, y que le tiemblan las manos; y, dejándose caer en una butaca, pregunta con voz quebrada qué quiero decir con eso.
‒Pues solo que tampoco te entra en la cabeza a ti que Indalecio y Manolita no son menos diferentes; es más, yo diría que lo son mucho más.
Entonces ella suspira, y se pone de pie y da unos pasos por la habitación, y se vuelve hacia mí con expresión ahora relajada, sonriente, y pregunta en tono amable que si me acabo de dar cuenta…
‒ ¿Cuenta de qué? ― Yo, con cierta sequedad.
‒Pues… De que a lo mejor tienes razón y, sí; sí vales para esto de la literatura.
Le pregunto, sin dejar de garabatear, que qué la ha hecho cambiar de opinión, así, tan de repente. Y ella entonces, se llega hacia mí, y se coloca a mi espalda, y me rodea el cuello con sus brazos y me da un beso en la coronilla; y dice que estoy escribiendo, por primera vez, como un narrador no omnisciente del todo pero casi, porque ni ella está conmigo ni puedo yo ver ni saber qué está haciendo…
‒ ¿O es que, tan inmerso en tus papeles, se te ha olvidado que estamos hablando por teléfono?
Y que, si sigo así, pronto podré, y sabré, contar lo que mis personajes piensan; pero que, por favor ― dice, antes de colgar, ahora ya en tono maternal… es decir, el tono de mi madre ― repase lo que llevo escrito y veré que tiene razón ella, y que el hombre del croissant no es Ramírez sino mi amigo.
Pero yo sé, porque sé que nunca le ha tenido simpatía, que ella no piensa que mi amigo sea en realidad mi amigo. Y no lo digo por presumir de nada, sólo porque… O, bueno, sí, caramba, que hasta puedo, y sé, contar lo que ella, mi personaje, no piensa.
Estoy contento.
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.