About the work
http://valentina-lujan.es/alicia/ellaconlama.pdf
la derecha, en concreto, enfundada en guante de goma y sosteniendo, en la otra, también enguantada, una bayeta chorreante porque se hallaba hoy, ella, atareada en una de esas engorrosas limpiezas a fondo tan necesarias de vez en cuando en los hogares, pero tan poco decorativa y nada favorecedora para su bien amada (de mi amigo) heroína para la que siempre ha deseado lo mejor y verla envuelta en halos perfumados, derrochando glamur.
Yo le hago notar que su ambición es un tanto descabellada; pues ha de tenerse en cuenta que se trata de una familia de clase media cuyos únicos ingresos consisten en el modesto sueldo de un funcionario subalterno con el que han de cubrir sus necesidades el matrimonio, los dos niños y la pareja de ancianos.
– Lo sería, sí, descabellada — me contesta —, si no fuera porque las cosas cambiaron cuando ella, Sonia, se echó un amante.
–¿Sonia? ¿Un amante? ¿Un amante Sonia cuando tras barajar varias posibilidades como lo de la ducha averiada, por ejemplo, habíamos llegado al acuerdo, que yo recuerde, de que a lo del pelo mojado podía dársele una explicación más inocente?
– Sí — él — pero también quizás mucho más sosa, simplona, con escasas probabilidades de enganchar al lector y, mucho menos, a la lectora, que en general las lectoras son mucho más románticas.
– ¿Y qué romanticismo, qué ternura o dulzura, encuentras tú en que se cargue al pobre anciano?
– ¿Anciano? ¿Y qué motivos habría de tener Sonia para matar a su suegro?
– Al suegro no — le explico —; cargarse al marido.
– ¿A Ramírez? ¿Sonia matar a Ramírez?
– Bueno, no sé si lo mató del todo, pero un somnífero antes de fugarse sí que le dio.
– Ah, sí — mi amigo emite una corta carcajada y sacude la cabeza —, cuando probamos a que los guantes fuesen de terciopelo; ya me acuerdo, pero pensándolo bien tal vez sea mejor olvidarse de aquel intento, y del marido rico y del amante, y devolver a Sonia a su Ramírez de siempre, y a su casa y a sus suegros y a sus hijos.
– ¿Pero no me acabas de decir, hace no poco más de una decena de renglones, que te gustaría algo un poquito más estimulante para el lector, o, bueno, la lectora?
– Sí, es cierto, lo he dicho. Pero es que si me paro a pensar no lo tengo nada claro y ando dubitativo, debatiéndome entre saber si lo que quiero es escribir…, quiero decir que escribas, una novelucha comercial o una buena, auténtica obra literaria.
Y que yo, me pregunta, cómo lo veo.
– Pues no sé qué decirte — le contesto —; pero si quieres echarte atrás estamos a tiempo, que del capítulo primero lo que tenemos hasta ahora son tan sólo borradores, tanteos, probatinas; algo, por otra parte, que debe de sucederle antes de arrancar en firme a cualquier escritor.
– Ese es el problema — dice, y me parece que lo noto triste —, que, y eso sí lo tengo claro, yo no quiero que tú, tú precisamente, seas, y además por mi culpa, un escritor cualquiera.
Y la señorita, arrugando la nariz y torciendo el gesto, hablando como para sí doblando los folios, a este paso no lo seréis ninguno de los dos. Ya lo verás.
Comments
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.