About the work
http://valentina-lujan.es/trans/Tresparesdeojos.pdf
de los tres primos llegados recientemente de provincias, entusiasmados y ansiosos por incorporarse al frenético ritmo vital de la ciudad hasta el extremo de ― sin siquiera aguardar a ponerse un poquito al día y aprender aunque sólo fuera unas cuantas normas generales de conducta y las reglas más básicas del funcionamiento de nuestra comunidad ― secundar el ambicioso proyecto que, llevado de su osadía, tenía el insigne honor de haber auspiciado Felipe el tercero, ofreciéndose a «nosotros, de verdad y con el corazón en la mano os lo decimos, nos podéis encomendar lo que queráis porque estamos dispuestos a lo que haga falta».
Que se veía claramente ― o lo veía al menos y con el alma en vilo una Genoveva temerosa de que aquellos mocosos ignorantes de que las cosas hay que hacerlas con método y desconocedores, además, de quién era ella, tirasen, de un solo golpe pero certero, literalmente a la basura la ardua labor a la que llevaba años y aun lustros o siglos sacrificando gustosa su existencia ― que en verdad lo decían con el corazón en la mano, el mayor sobre todo y en concreto, que lo había cogido de encima de la cómoda y, la abuela «¡Pero quitárselo que me lo va a romper!», pasándoselo el chico de una mano a la otra; su «mi corazón de Jesús de toda la vida» y de porcelana además, que era.
Porque Genoveva era, aparte de como el tío Emiliano tan comedido no hubiese dicho jamás salvo por boca de Gervasio ¡mucha Genoveva la jodía! la encargada de mantener en orden y minuciosa, rigurosamente secuenciada ― que sí lo habría dicho el tío Emiliano ― no ya sólo nuestra historia de gentes acostumbradas a moverse con soltura por las calles asfaltadas y con sus aceras y sus coches y sus letreros luminosos de nuestras ciudades, a paso vivo por lo general y sabiendo cada cual dónde iba, sino las historias ― de otras gentes deambulando a oscuras por populosísimas urbes muy lejanas, asustadas de sentirse tan perdidas y sin tener a quién pedir que aunque fuese con unas indicaciones muy someras los orientase hacia alguna parte ― que solían desembocar en finales felices cuando, al encontrarse nuevamente y abrazarse unos con otros embargados por el júbilo aunque estuvieran hambrientos y de polvo o barro hasta las cejas, se asomaba Teresa por la ventana de la cocina dando voces de que hicieran el favor de entrar y lavarse las manos porque la cena se empezaba a quedar fría y, luego ya sentados todos a la mesa, los padres, severos por lo general o preocupados, tan sólo, por los índices bursátiles, ¿dónde habéis estado que habéis tenido en un sinvivir a vuestras madres toda la tarde?
Lanzaban ellos entonces a hurtadillas, por los rabillos de los ojos, miradas suplicantes a Genoveva en demanda de Genoveva, por favor, dinos dónde para que podamos zanjar este engorroso asunto antes de llegar a los postres.
Y que qué trabajo le podía costar a ella dar respuesta a algo que era tan el pan suyo del cada día de su vida cotidiana.
–Pero un pan que he de ganarme ― solía replicar, echando cuentas entre bisbiseos cuando le tocaba ir reduciendo de a poquitos los puntos necesarios para sisar en condiciones y que luego sentasen bien las mangas ― no con el sudor de mi frente sino con los quebraderos de cabeza que me dais yéndoos por ahí sin ni avisarme, a sitios que no he podido ubicar ni urbanizar ni decorar ni poblar porque no he tenido materialmente tiempo de ni medio bosquejar ni a sus habitantes ni a su lengua ni a sus costumbres ni a su nada…
Así que, que se fastidiasen y, a la próxima, anduviesen con un poquito más de cuidado de no tocarle las narices porque la tenían muy, pero que muy harta.
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La hermana decía entonces “no sé, Alicia; pero a mí me parece que no hay rabillo de ojo alguno que pueda decir, así de un tirón, un párrafo tan largo” y era, esto precisamente — o no “esto” exactamente, pero sí el proyecto, “la empresa” a la que se había adherido con desgana en un principio pero luego, a la vista del desconcierto reinante y de las posibilidades que ofrecía a unos planes que jamás antes hubiera ella imaginado siquiera el poder ni remotamente bosquejar, con decidida aversión —, lo que tenía a Bernardina entusiasmada, enloquecida casi de felicidad ante la idea de que, al fin, ella, como todo el mundo, tendría un pasado, y una historia y una identidad que ella, Alicia, podría confeccionar si no a su antojo si por lo menos a medida y bien sentada (la primera, o ya vería sobre la marcha si una vez hilvanada le tenía más cuenta la segunda) o, en otro orden, perfectamente definida (la segunda, como es lógico) aunque, porque con esa posibilidad tenía que contar en todo momento considerando — como estaba firmemente decidida a considerar si era capaz de concentrarse en cualquiera de los puntos de encuentro en que todo el mundo se concentra — lo borrega que puede...
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Code: | 2409039303782 |
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Date: | Sep 3 2024 08:22 UTC |
Author: | La Rebolledo |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.