About the work
http://valentina-lujan.es/trans/Posando.pdf
de cuerpo entero y medio perfil con su natural prestancia, tan acorde con el ambiente fastuoso de nuestro comedor de maderas nobles y cortinones de brocado ― donde, representando a un caballero con toda la barba ataviado con el traje de húsar que una vez acortadas las mangas le quedaba maravillosamente bien, lucía imponente del todo bajo la luz de las arañas venecianas ― pero tan fuera de lugar en contextos en los que, por problemas logísticos que aparecían a última hora y se hacía necesario solventar de forma a veces no poco chapucera, le tocaba desempeñar cualquiera de los tantos oficios indignos que todos salvo muy contadas excepciones despreciaban.
Se giraba entonces por completo hasta quedar, aun manteniendo la cabeza bien erguida, totalmente de espaldas y, cuando se le pedía que por favor no exagerase, todavía la echaba un poco más hacia atrás de manera que se le veía la incipiente calva.
¿Había que ponerse así?
No era asunto suyo saber cómo había o no que colocarse; respondía, con sequedad y tan tieso.
¿Por qué adoptaba aquella actitud?
Ignoraba, aducía, cuál pudiera ser la que mejor se adecuara a un individuo que ejercía tal o cual profesión tan vergonzante.
“Tal o cual, no”, se le reconvenía. Estábamos hablando de una profesión muy precisa.
Y tanto, recalcaba él con amargura abundando, acto seguido, en que hasta tal extremo necesaria que no había que preocuparse: alguien, antes o después, terminaría doblando el espinazo…
Pero las tareas ya estaban en esta ocasión, por favor, entiéndelo asignadas y todo el mundo hasta el cuello de trabajo; ¿no sería lo natural que él, recién llegado y todavía sin una plaza en prop…
¡Que no!
Estaba bien, pero, ¿qué era lo que quería entonces?
Silencio obstinado.
¿No ser nadie?
Poniéndole en bandeja — sin saberlo o adrede porque como todos los un poco canallas solía el muy truhan, como decía esponjado el abuelo, caer bastante bien — la ocasión que sabía él no desdeñar de lucirse con un ¡¡¡Cielos, pues claro que no!!!
Y que, precisamente, todo lo contrario.
Causando admiración en este punto, entre las jovencitas, lo muy deprisa que aprendía el más pequeño de los primos: Roberto.
Y es que entre las de tercero B ― o entre su mayor parte al menos ― ser Nadie era algo que estaba, abiertamente, muy bien visto.
¿Por qué?
Pues porque daba mucha libertad y a quién no le gusta ser libre y, como siempre dijo Claudia Retuerto, hacer de su capa un sayo.
Nadie podía decir lo que le viniera en gana. Nadie podía ir y venir a su antojo de y adonde le pareciese oportuno. Nadie podía comerse los yogures que Basilia compraba cada día para la tía Nines — cero por ciento de materia grasa — o gastar las pasas de Corinto o la miel o las nueces que les añadía y «yo, con esto, así ligerito, me voy a la cama tan conforme». Nadie podía, en definitiva, hacerlo prácticamente todo.
¿Iba a haber así las cosas quien quisiera serlo — y doña Merceditas marcaba una pausa mirando de hito en hito a sus pupilas antes de añadir, en aquel tono tan peculiar que empleaba cuando se quería camelar a… qué menos, haciéndose una composición de lugar rápida, que un par de ellas o tres — o tendríamos que ofrecerle esa bicoca a las de... digamos tercero A?
– ¡Pero las de tercero A son nuestras eternas rivales!
– ¡Pues ahí tenéis! — exultante doña Merceditas.
Pero, en fin, considerando astutamente la conveniencia de no pretender, ¡en absoluto!, influenciaros que, a ella, como podéis comprender le daba lo mismo: «la decisión es vuestra».
Pero, ¿era tan en verdad tan chollo ser ese Nadie que doña Merceditas les pintaba o, muy por el contrario, Nadie se vería condenado a vivir en un estado de frustración constante?
–Porque, vamos a ver — planteaba Cristinita Manrique, contumaz antagonista de la Retuerto —: Nadie querrá desatascar los retretes, ¿no es verdad?
La respuesta parecía a todas luces obvia.
–Y, decidme — entornando los ojillos la Manrique, retadora —: ¿Quién será empero quien los desatasque?
Y que ¡pues ahí teníamos!
Y que Nadie querría enterrar a los muertos ― ahí era donde se hacía fuerte el primo Roberto ―, pero, preguntaba, quién tendría que hacerlo.
Nadie querría ser, ponía por caso, una esposa ultrajada. Bueno, pues se tendría que quedar con las ganas porque la agraviada iba a ser Alguien.
O que echásemos si no la vista atrás y «haced memoria», instaba.
Nadie deseó, desde que el mundo es mundo, asumir responsabilidades; pero las responsabilidades, paradójicamente, terminaban siendo, ¡siempre!, asumidas por Alguien.
Y Alguien tendría que cuidar a los ancianos y padecer enfermedades, y pasar dificultades y estrecheces; y ser quien diera las malas noticias o, dado el caso, los buenos días a los vecinos desagradables...
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.