About the work
http://valentina-lujan.es/N/npvmin.pdf
Responder a la pregunta de “¿quiénes somos?” no parece, en un principio — recitaba la señorita Argenis sin, después de tantos años con la misma cantinela, tener que echar más de alguna ojeada ocasional al manuscrito —, que pueda resultar problemático; no tiene uno, o una, o un hatajo (o multitud si nos cabía y siempre que el tamaño de la letra concordase), más que llegar y decir pues yo o nosotros o nosotras somos Fulanito de Tal, o Perenganita de Cual, o estos/as o los/as otros/as o los/as de más allá e hijos/as, todos/as y cada uno/a, de nuestros/as respectivos/as padres/as...
No, mira, ahí nos hemos equivocado — y suspiraba y pestañeaba, y sacudía un poquito la cabeza, cargada de resignación y muchos bucles; ella, Argenis, que interrogados al respecto los más ancianos del lugar y otros contornos aún por determinar, aseveraron que hasta donde la memoria les alcanzaba a los más remotos de sus ancestros Argenis no se había equivocado jamás — pero lo vamos a dejar como está y seguir, como si tal cosa, aunque saltándonos las obviedades que todos damos por sentadas en lo que concierne a nuestros semejantes, tan nada diferentes de las propias que para qué repetirlas y perder, sin ninguna necesidad, el hilo…
–¿O Ya lo hemos perdido?
Inmediatamente se producía una pausa, que ella, Ligia — y, aunque muchas hojas ya se hubiesen perdido o utilizado para envolver el bocadillo, la señorita Argenis tampoco — nunca olvidaba enlazar, acto seguido y ahora sí a su libre antojo, con un…
– Moisés, por favor, ¿sería usted tan amable?
Y, con los ojos cerrados, el ceño un poco contraído y la cabeza algo echada hacia atrás, concentrado él en no cometer ningún error…
– Porque si lo hemos perdido tendremos que buscarlo, y nos pasará lo que nos sucedió cuando hace apenas unos días buscábamos algo también y derramamos, sin quererlo, la copa de algún néctar repuntado que nuestra memoria se obstinó en despertar como…
Silencio, de Moisés, seguido de un suspiro y, por lo bajo, apenas audible, un ¡Mierda!
– Ambrosía — ella, con la dulzura y proverbial paciencia que ni en los momentos de mayor crispación la abandonaban —, ambrosía, Moisés; pero no se preocupe, que ha estado muy bien… Farabundo, si tiene la bondad…
–La dejamos hacer y, con deleite — evocaba Farabundo, de corrido, como si en la vida no hubiera hecho otra cosa que evocar de corrido no importa qué memorias que el azar deparase —, aplicamos el néctar con las yemas de los dedos en las sienes, y en el cuello, y detrás de las orejas y en la frente, y aspiramos el olor evanescente del antaño mientras se demoraba ella por entre los jirones de las tardes ociosas en que éramos algo que, por cierto, la última vez que alguien lo mencionó ya dio problemas porque ― la más corpulenta de las Monteverde ― que pero, bueno, eso es muy…
– elástico; sí, Farabundo; perfecto y magníficamente entonado. Pero no hace falta que continúe porque, y todos lo sabemos a menos que tengamos algún espía infiltrado disfrazado de nuevo:
Y, tras los dos puntos:
– ¿Elástico? ― Doña Anastasia ― ¿Cómo cuánto exactamente de elástico?
– Como muchíssssimo.
– ¡Vaya por Dios! ― Y, girándose Anastasia a su propia hermana ―: ¿Qué te parece?
Y la hermana se limitó a ladear un poquito la cabeza y volverla a enderezar como queriendo dar a entender ea.
– Ea ― doña Anastasia ―, no; Romana.
– ¿Pero cómo ― la Monteverde ― que ea, no?
– Pues como que no, sencillamente.
– Mira, Anastasia, yo tengo mucha, pero que muchísima correa, pero, si hay algo que verdaderamente me molest… Porque, ¿quién no ha sido, si es que alguien me lo puede explicar, algo a lo largo de su vida alguna vez?
– Ya. Si no ― doña Anastasia ―: si algo sí. A lo que voy es a que…
– Lo que ella está queriendo decir ― la Monteverde corpulenta también pero algo menos, dando a la hermana suya unos suaves golpecitos con sus dedos en el antebrazo ― es que quién no ha sido algo alguna vez aunque no fuera lo que estuviese deseando fervientemente ser…
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.