About the work
http://valentina-lujan.es/trans/Pruebasnadamas.pdf
y ― Loreto no podía “a quién habrá salido tan más terca que una mula” nunca ni en ninguna parte y estuviera donde estuviese quitárselo de la cabeza ― ninguna larga serie de explicaciones, o justificaciones, o alegaciones que poquita luz van a arrojar sobre dicho en el tono, permitiéndose la matización como si hubiese él presenciado la escena con sus ojos cansados, de quien está haciendo un esfuerzo sobrehumano por no perder los nervios “¡pues claro – mamá – tonta, que a ti!” ni dar crédito ― tan inocentón, o tan optimista o tan poquito malpensado que fue siempre “este hijo mío”; allí, hostigándola con “¿y por qué no las tres cosas y ya nos las repartiremos nosotros?”― a que no le quedasen cebollas seguido de un dejar caer las manos pesadamente sobre la mesa y un leve bufido y una puesta desesperada de tres pares de ojos en blanco y, a solas pues fíjate que estaba convencida de que tenía una, y grandecita porque, los tres primos, eran inseparables.
Y, a la esposa del matrimonio amigo que, aunque a veces se llevaran a matar, juntos siempre, a todas partes, que se ha ofrecido a ¿quieres que te ayude a secar los cubiertos?: es que, yo siempre lo digo, ¿no estamos los padres y las madres para darnos cuenta de esas pequeñas cosas?
Anda que, el día que ella se hartase, se iba todo el mundo a enterar.
¡Pruebas!
Y que eran todo lo que necesitamos ― cortando el hilo de sus lamentaciones con un tajo impecable que mira tú que bien, esto para un caldo ―, todo cuanto le estamos pidiendo; porque el hecho de que fuese verdad que ella iba a romper filas ― y platos y jarrones cuando cansada, ya de mayor, de sentirse incomprendida se enfadaba ―, y que las podría romper como quisiera, no era argumento suficiente para derogar ningún artículo tantos y cuantos apartado tal y cual de váyase usté a saber qué código ni penal ni civil ni incluso canónico mediante el cual les, nos, asistía, a nosotros, el derecho de reservarse la libertad de recoger la antorcha (los más benevolentes) o el guante (los más pendencieros) cómo y por donde les pareciese más oportuno.
“¿Pruebas de qué ― podría haberse, le soplaron demasiado tarde desde la fila de atrás, preguntado ― si la han pillado por sorpresa?”.
― Julianita; si me lo hubiera esperado... ¡la muy tonta!
Aunque, partiéndolas ahora en láminas finas, para tortilla, tan socorrida para sacarla del apuro ¡válgame Dios – a los cuñados y el matrimonio amigo –, pero quién esperaba tanto bueno por aquí! y que qué alegría que no se me olvide la cebolla, recuerda que la idea... ¿peregrina?, sí, es decir por supuesto que no... ¡Molestia! y que vaya bobada de idea, peregrina, que no había partido de la propia Juliana aunque quizá la prefiriesen sin cebolla, o no, como eso de los gustos es siempre tan personal.
Pruebas cuando qué más pruebas podría aportar o es que no veían, ustedes, lo extraña que se sentía con esa familiaridad, ella, sin saber dónde exactamente tenía que ir... este vaso (no, a la invitación claro que sí – cortando el hilo de sus pensamientos de nuevo aunque, y eso que no se quiere dejar ganar por el desánimo, con lo que sale rico de verdad es con congrio –, como si hubiera sido ayer) vestida así, de aquella guisa, con sus zapatos de tacón y sus medias finas pero usted no querrá rompérselas, ¿verdad?, gateando, valga la alusión, entre los setos y que, lo más a tono para la ocasión y para tantas otras ocasiones similares era algo un poco más... porque, sépalo, esto es nada más el principio, no ha hecho más que empezar, era un compromiso… “¿informal?”, sí, pero que estaba adquiriendo de por vida y, pues ahí... en ese armario, pero no te molestes, mujer, que ya lo pongo yo; que ya son ganas de estorbar tan a gusto que está ella recogiendo su cocina sola o, en plan un poco más cosmopolita, “de sport”.
Pero es demasiado ― pensó, con un punto de hastío ante la perspectiva de una semana a caldo ―, no sabía, ¿ambiguo?… Sí, ambiguo por lo menos, seguro, porque aun después de haberse puesto en el lugar de don Ildefonso era él, Felipe, demasiado joven y su madre mejor que nadie lo sabía para poder hacer suyos los recuerdos tan difusos y deshilachados del abuelo y, ella, Orfelina (que era posible que incluso él lo hubiera ya olvidado), por su parte, tan esquiva que no iba, así por las buenas y sin ofrecer la menor resistencia, a dejarse recrear por ningún otro por más que ese “otro” la hubiese visto nacer, como quien dice, cuando no levantaba dos palmos del suelo.
Procedía, por tanto, terminar decidiendo que no y mandarlos a jugar a la calle o definitivamente al pueblo si bien, y a la hora de la verdad, ¡anda, pero si entre las patatas había una!; sin podérselo creer y berreando hasta que... bueno, pues algo que aun con cebolla resumiendo os guste, y de mejor o de peor grado terminó por aceptar y que fuese, dijo, lo que Dios quisiera y «ya podéis ir poniendo los platos» … y ya está.
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.