About the work
http://valentina-lujan.es/L/locuenpal.pdf
“Locución”, en palabras de Prisca, emblemática del habla peculiar de don Alfredo que a ella sin mayor conocimiento de su significado ― protestaba Graciela porque, lo sabía todo el mundo, le simpatizaba muy poquito y sacaba defectos a todo cuanto aquella decía ― le encanta utilizar aunque, contemporizador el primo Diorante, tan manazas, “¿qué queréis de él?”, decía, por don Alfredo, “con tan poquísima iniciativa para sacar de su propio caletre algo que no sea, exactamente y sin ni quitar ni poner una coma, el tío Emiliano y nada ni nadie más que el tío Emiliano” desatando, aunque ponía cara de inocente y preguntaba ¿pero qué he hecho yo para que se ponga hecha una furia?, la ira ahora verdadera de Graciela que lo acusaba de dices eso para burlarte de mí.
Él, el primo, se defendía de la inculpación acusándola, a su vez, de ser una chica muy insegura que necesitaba estar recibiendo elogios constantemente o que se acordaran, si querían, de qué pasó aquella vez que quien hacía de Ursina se despistó y no dijo aquello de «porque doña Graciela es muy fiable».
Entonces siempre había alguien que se echaba a reír diciendo ya has vuelto, so tonto, a meter la pata, porque se le olvidaba siempre que, como entonces, voluntariamente y por gusto y con agrado nadie quería acordarse y, como siempre, también, que esto ocurría, regresaba, tan emprendedor y optimista que era cuando las cosas le iban bien, con el ánimo enteramente por los suelos o, al menos, eso era lo que debía inferirse ― y sería verdad, porque lo decía Genoveva y lo que decía Genoveva iba a misa ― a la vista de sus hombros abatidos y de los gruñidos con que respondía a los saludos y las bromas con que solían acogerlo los chicos que, como era de esperar, se quedaban perplejos y confusos «porque —he aquí la ardua cuestión a dirimir —, ¿quién podía esperar de Diorante una actitud así?».
–No tengo la menor idea — era costumbre que terciase la señorita Violeta en tono seco; y, con su inveterado gesto adusto —: pero alguien tendrá que hacerlo.
Porque la señorita Violeta era antipática, sí, todo lo antipática que se quisiera, pero de tonta no tenía un pelo y, porque no lo tenía, se percataba en un momento de que lo que era de esperar había de, por fuerza y por lógica y por un mínimo sentido de qué es la coherencia, ser esperado con gusto o con disgusto, a ella le daba lo mismo, y tanto si lo que se estaba deseando era largarse a jugar al patio como si lo que se estaba queriendo era acabar con su paciencia y terminar, todos, de cara a la pared y sin recreo «de manera que — los conminaba — ya podéis ir espabilando».
Y espabilaban, ¡vaya si espabilaban!
Aquel día, sin embargo y sin saber por qué, los acontecimientos no se estaban desarrollando como siempre; y ella, la señorita Ernestina, lo notaba.
Porque estaba — «estoy yo» se decía, siempre a solas porque le daba vergüenza presumir de sus dones — ella algo así como provista de un sexto sentido que la hacía percibir que, en ocasiones, aunque las cosas estuviesen aparencialmente funcionando no marchaban. Carecía, empero — y en este punto solía optar por no decirse nada — de agudeza para saber elucidar qué era lo que fallaba o, más coloquialmente, donde estaba el marrón; pero, como esta incapacidad suya la negaba por norma, sistemáticamente caía en el error de contentarse pretextando que la realidad puede a veces ser tan engañosa que, ella — «te voy a ser sincera», al espejo del cuarto de baño —, prefería ignorarla.
La señorita Violeta en cambio, no.
Sí; la señorita Violeta era muy diferente de la señorita Ernestina.
La señorita Violeta era plenamente consciente de sus defectos, de sus limitaciones, y aceptaba sin rubor ni vergüenza que, como ella decía, adonde no se llega no se alcanza y, por eso, por ignorar cuánto de lo que pudiera estar percibiendo por completo y por cierto enjuiciando se le pudiese estar escapando, se fijaba muchísimo.
–Porque, vamos a ver — y se colocaba exactamente en la misma ubicación y en idéntica postura que en la que tuviera que estar —: El problema... ¿dónde está?
–Lo he perdido — consideró, sólo en su pensamiento.
Los chicos se pondrían a dar saltos, seguro, como locos; los conocía como a la palma de su mano y sabía — esto no lo ignoraba — que lo que no iban a hacer era decirle, aunque lo estuvieran viendo ahí, junto a su pie, que señorita se le había caído.
Lo que sí haría, alguno, sería levantarse y venir a recogerlo y dárselo, así, en propia mano pero por pura cortesía y como si tal cosa; simulando, con un cinismo escandaloso, no percatarse del problema.
Lo descartó arrugando la nariz y dijo «no» con la cabeza. Luego, ya en voz alta, que era tarde, además.
Tarde porque los chicos hallábanse ya ahora...
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Code: | 2408179142862 |
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Date: | Aug 17 2024 19:26 UTC |
Author: | La joven de las botitas |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.