About the work
http://valentina-lujan.es/F/La%20se%F1orita%20Araceli%20era.pdf
La señorita Araceli era incapaz de comprender por qué tenía, ella precisamente como siempre que era jueves, que girar exactamente ciento treinta y cuatro grados la barra de pan para colocarla apuntando (lo que era un decir, teniendo en cuenta que por alguna enigmática razón el coscurrito de la punta siempre faltaba) hacia la ventana.
¿No se había enterado a aquellas alturas todo el mundo de que si era jueves por la tarde lo que iba sobre la lavadora era la barra de pan y no la jarra del agua medio vacía?
Y que lo que pasaba — decía —era que no se prestaba la debida atención; porque no le parecía a ella que pudiera ser tan complicado recordarlo “porque, vamos a ver, Cristinita…” —conminando a la interpelada a que viniera “aquí, al encerado” y sometiéndola a un interrogatorio exhaustivo solicitando detalles a veces del todo peregrinos de tal o cual acontecimiento de nuestra Historia en los que ella, Araceli, gustaba aunque nada más fuese por mortificarla de ensañarse — “dinos, dónde exactamente estaba y cómo era” tal o cual minucia irrelevante que se le pasase por su cabeza de cabellos canosos y sin brillo peinados en un pequeño moño en todo lo alto de la coronilla, como una castaña.
Y Cristinita se esforzaba, ponía todo su empeño en que la minucia irrelevante, fuera la que fuese, tomara en su sentir de ahora la consistencia, la textura, el color y la forma y — si los tuviere — el sonido y el aroma que (por obra y gracia de un saber hacer que siempre estaba en otros pero nunca en ella) adornaron aquel cestillo que, envuelto otrora en papel celofán y conteniendo pastillas de jabón trasuntos de fresas o mandarinas o manzanas, deviniera en salacot sobre los rizos que (una vez destejido un jersey de ochos que tras el estirón de las anginas se le quedó pequeño a una Peláez) enmarcaron el rostro rubicundo de Margarita, la del notario, encantada de padecer vicisitudes y penurias bajo los rayos del inclemente sol africano que daba, por aquel entonces, de plano sobre los terraplenes que terminaron siendo el polideportivo con piscina y tres pistas de tenis de junto a lo que —hasta que se jubiló don Apolonio sin tiempo el pobre de ver una transformación tan prodigiosa — se llamó siempre “el cuartillo de aliñar las berenjenas”.
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.