About the work
https://valentina-lujan.es/trans/Fuensanta.pdf
Que podía ser Abisinia o Recareda si el mote caía en manos de Teresita Ledesma; o Celedonia si el encargado de leer la homilía de aquel domingo era don Apuleyo o si, en los tiempos todavía glamurosos de la belle epoque, a la hermana de éste — algo ajada, es verdad, pero aun lo bastante hermosa para poder ejercer la profesión sin hacer mal papel — le había caído en suerte deleitar a alguno de sus clientes más apreciados narrándole, en la intimidad de su gabinete y degustando una copita de licor, episodios románticos o enternecedores de una infancia que dejaban perpleja unas veces a mamá y otras veces a una señora de la cola del super o, si todas fallaban — fuera por algo de dominio público o porque se hubiesen tomado (en el caso de las más misteriosas, que las había muy reservadas) lo que solía denominarse de forma un tanto críptica “día de asuntos propios”—, atónitos a individuos tan templados como Lewhgif o un tal Florencio Cardoso que siempre protestaba “no sé por qué precisamente yo, un tipo con tanto mundo que no se escandaliza de nada, me tengo, para una vez que de pascuas a ramos os dignáis invitarme, que quedar boquiabierto por semejante bobada” preguntándose, cada uno a su manera y con la entonación que más le apeteciese si venía a dar la casualidad de que tocase por ser martes o viernes tema libre, de dónde, tan mosquita muerta que parecía y que nadie hubiese dado un duro por su capacidad para repentizar de esa manera, habría sacado un antaño y unos familiares tan pintorescos.
Recareda o Celedonia o Abisinia, pero no Fuensanta. Fuensanta no podía ser no porque hubiese ninguna prohibición expresa sino porque Fuensanta lo había cogido ya Nufñre, y con Nufñre casi nadie se atrevía a quitarle nada porque, después de lo de aquel café con leche aquel día por la mañana junto a la hoguera, cuando se le metió entre ceja y ceja que amargaba y le dijeron “pues amargar es lo que tiene que hacer, como ha amargado siempre” o que cómo quería entonces que supiera y ella dijo que “pues dulce”, y que alguien hiciera el favor de traerle un…
– ¿Cómo se llamaba, Aniceto — se paraba en seco la tía Melinda para preguntar a su marido — aquel cacharro de porcelana que no podía encontrar Fhbeaoh?
Pero ni Aniceto ni nadie fue capaz de recordar qué maldita palabra se le pudo a Nufñre ocurrir para dar nombre a algo que, o tiempo al tiempo, no existiría hasta siglos y, quién podría saber si no milenios, mucho, muchísimo después.
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.