About the work
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asta que, cuando hubo pasado el tiempo que figuraba estipulado como suficiente, se animó a preguntar:
– ¿Estás seguro?
– ¿De qué?
–De que el abuelo tenía que acordarse.
– ¡Pues claro!
–Pero yo he oído por ahí — objetó, tirándose de un calcetín — que con Felipe estaba siempre todo un poco en el aire. Así que... ¡a saber si se acordó y si diría!
– Seguro que sí —afirmación la mía un tanto precipitada, pero es que, así como doña Loreto siempre me pareció una bruja insufrible, el chico era otra cosa y... bueno, me apeteció defenderlo porque el abuelo a mí me caía simpático —, tiene sus cosas como las tenemos todos, claro, pero también una memoria prodigiosa.
–No, si eso sí; pero que a veces no puede contarse del todo con él.
– ¿Quién dice eso?
– ¿Y yo qué sé? — replicó poniéndose de pie con un pequeño brinco.
–Dicen por ahí. No sé quién — la remedé — ¡Es todo tan ambiguo!
–Ya, pero... ¿Crees que a mí me gusta esa especie de... qué se yo, tirar la piedra y esconder la mano, o algo así? — los ojos se me habían acostumbrado a la oscuridad de la noche y podía verla, cruzada de brazos y con la cabeza baja, jugueteando con la punta del pie con una piedrecita blanca —. Lo que pasa es que estoy un poco desorientada todavía y, a las personas, apenas las conozco — y propinando a la piedrecita un puntapié —: Pero lo dijo, que un día que un tal don Heliodoro...
– ¿Quién?
–O no Heliodoro — se avino, y eligió para seguir enredando una rama de... por ilustrar la escena diremos almendro —, pero que se llevó un disgusto horrible una tarde parece que de verano y Genoveva, porque me parece que dijo Genoveva, tuvo que pedirle que...; en algún lugar que no sé concretarte, alguien que si lo viera te diría «ese es».
–Don Ildefonso — dije, y expliqué —: Es que le gustaba mucho el fútbol.
– ¿También me tenía que aprender esas minucias?
–No, pero... — como empezaba a parecer algo abrumada intenté desviar el tema y —: Había perdido su equipo.
–Un dato francamente relevante — consideró en tono sarcástico y, como a solas —: Creo que me lo apuntaré.
–No hará falta — contesté, aparentando no reparar en su enojo tan fuera de lugar y de horario —; es algo que sucedió hace mucho y ya no creo que haya que volver... que nadie tenga que volverlo a utilizar.
–Eso nunca se sabe — mordisqueando su rama —; un buen día surge, como acaba de pasarte a ti con Quiteria y esas peripecias de su... vida real, ya me entiendes, y... Bueno, que es conveniente tener cada cosa en su sitio, ¿no?
–El asunto — atajé atento a que, como aprendiera de niño, con las vidas ajenas conviene ser prudente — consistió en que aquella tarde que era ciertamente de verano, eso te lo contaron bien, se armó revuelo ante el temor de que a Felipe, precisamente aquella tarde en que tantísima falta nos hacía, le hubiese tocado... por sorteo, como tocaban pocas veces tantas cosas aunque las más era costumbre el hacerlas por turno y quitarse de líos, perder la partida que regularmente jugaban él y otros en lo que se llamaba El Casino y regresara, ahora, tan malhumorado como para negarse abiertamente a complacer a una Genoveva histérica que había acudido a él en última instancia y como quien se agarra a un clavo ardiendo suplicándole que se pusiera en el lugar «¡hazte cargo por favor!» de don Ildefonso, que había perdido su equipo... Pero, ¿no va a ser mucho para ti, así, tan de un tirón?
–Vamos — picada —, que en tu opinión las de mi clase somos unas blanditas y unas ñoñas y...
–No, no, qué va — protesté sin mucho entusiasmo —; pero que...
–Pues sigue, entonces.
–Pero que... esto, ¡ah, sí!, que no — continué y allá ella sin saber hasta qué punto podía mamá ser obstinada —; no y la mala cara con que lo vieron asomar se debía al parecer tan sólo a un malestar pasajero y perfectamente previsible porque, con la tarde tan calurosa y habiendo tenido que caminar a pleno sol y buen paso desde la sala de curas del ambulatorio donde montáis esas timbas que qué vergüenza, no lo quiero ni pensar como un día os pillen era normal que llegase adormecido y algo desmadejado aunque, seguro, se despejaría en seguida, en cuantito se tomara ¿y quién va a pillarlos, tonta, si juega con el juez y el cabo y el alcalde? un buen vaso de limonada “anda, bébetela rápido, ah, bueno, siendo así ya es otra cosa, que vamos mal de tiempo” que el abuelo indefectiblemente aprovechaba, tan fresquita que a ver si va usté a coger frío y tenemos un disgusto, para ¿qué disgusto ― entre toses ― si además siempre gano? pasar mejor la pastilla de la tensión que no sé cómo diablo te las compones para que siempre se te atragante y, tras un par de carraspeos y al diablo aún entre sonar de narices y lagrimeo porque creyente aún a pesar de jugador y algo tramposo sí que lo era ni me lo mientes, recuperado el fuelle, en apenas unos segundos estar despotricando con su voz temblorosa pero potente y clara de Orfelina...
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.