About the work
https://valentina-lujan.es/T/enlabocadelboqueron.pdf
Ella, todo un personaje, había estado toda la tarde sentada en la butaca, en la habitación que en los últimos días, o puede que semanas pero seguro que no meses y ni pensar en años lo dijese quien fuera, venía reconociendo como su pequeño cuarto de estar de siempre; mirando cómo las formas de las nubes se iban modificando, inmóvil, despacito, sin demasiadas ganas de casi nada, blandas, floja, con como desmadeje, deshilachadas, para dejar de ser el mapa de algún país en el que nunca estuvo y convertirse, al caer en la cuenta con un golpetear sordo de pero qué estaba haciendo dejándose morir las primeras gotas de una lluvia gruesa, ahora tal vez en un dragón aunque sólo en el caso de que se fuese muy imaginativa, ahí, como una tonta, monstruoso, sobre el alféizar y, sacudiendo la cabeza, resolver moverse, perdiendo el tiempo, rugiente y amenazando, no con mucha decisión desde luego pero sí levantarse, por supuesto que nunca de un salto, pero sí moverse y obedecer, aunque fuese, no a ningún impulso o necesidad o convicción propia pero sí a algo que sintió dentro de sí como lo que tentada hubiese estado de, con su lengua de fuego, en el caso de no andar atenta a preservar lo que quién sabía para quién en medio de tanta confusión era tal vez un estilo que convenía cuidar prescindiendo de reiteraciones innecesarias, denominar voz interior arrasando, abrasando, reduciendo a cenizas todo cuanto encontrara... en su camino.
Punto.
Pero estaba atenta.
Punto.
Y se había acostumbrado, además, con el paso del tiempo y pese a que este se deslizaba siempre con pies de algodón para que no lo detectara, a no sucumbir a las tentaciones sabedora de que sus actos y sus palabras y sus gestos, aun cuando fueran acertados, pese a seleccionar las justas y pronunciarlas clara y cuidadosamente, incluso ejecutándolos de modo que resultasen precisos y adecuados, elegantes si la ocasión lo requería o rudos si la situación lo demandaba, estaban indefectiblemente expuestos a la eventualidad de ser, con toda literalidad, borrados de un plumazo.
–Y tú no me engañas, que lo sepas.
No solía, así pues, precipitarse, jugando a veces sí mordisqueando el extremo del bolígrafo a darle esquinazo aunque sé, le decía, que estás ahí; y lo sé porque te veo aquí y aquí y aquí y en las comisuras de la boca y en el cuello, y te oigo, además, en las rodillas al crujir. Tomaba, eso sí, nota en su mente de los datos que consideraba relevantes, dispersos a veces, inconcretos e inconexos, en notas al margen o desperdigados en desorden por acá y por allá; y de rasgos trazados frecuentemente tan a la ligera que quién podía prever si iban a consolidarse y formar parte esencial de la personalidad idónea al entorno y las circunstancias que le tocase vivir a alguien o si, por el contrario, terminarían desestimados o suprimidos o, en el mejor de los casos, arrinconados como inservibles de momento pero quizá por qué no utilizables desde otro planteamiento que, a lo peor, no se le ocurriría jamás… a nadie.
–Y menos en este ambiente febril saturado de agüeros.
Posponiendo un día tras otro la engorrosa tarea de tomar partido.
Pero ella los almacenaba, por si acaso.
Sin decidirse nunca.
Bostezó y se excusó con el posible dragón, quizás, alegando que eso de imaginativa tan sólo era una suposición que a saber si de verdad había pasado por la mente de alguien o era visto cara a cara tan temible aunque fuese nada más como hipótesis con poco fundamento; o bostezó tan sólo sin haber recapacitado ni por un momento que fuera esto o lo otro o sin, incluso, haberse percatado de que estuviese existiendo, tan distraída y pensando en sus cosas.
De cualquier modo se puso en pie.
Y se sabe que se acercó a la ventana para a la luz de la farola mirar el reloj, pequeño, de pulsera, en su muñeca de trapo y cara de cartón piedra sonrosada y brillante guardada desde hacía mil años en una caja gris atada con un bramante si bien, como no dijo a nadie qué hora vio, se alberga una duda razonable al respecto y se sospecha únicamente que ya debía de haber caído por lo menos la tarde que a saber dónde estaría...
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.