About the work
http://valentina-lujan.es/doc/Y%20continu%E9.pdf
Y continuó, con toda seguridad que continuó porque entre las muchas virtudes de doña Fructuosa — porque también tenía como todo ser humano sus virtudes aunque desgraciadamente, porque el mundo es muy injusto e implacable y sobre todo con las personas de aspecto, como el de ella, tan poco agraciado, nadie se las hubiese reconocido jamás — se hallaba la del gusto por el trabajo bien hecho, y detestaba por tanto que las cosas se dejaran a medias incluso en los casos (que se daban con más frecuencia de lo que su pudor hubiese deseado) de que las tales “cosas” no se adecuaran del todo a los dictados de las buenas costumbres y el recato; y es que, como ella decía, podía tolerar una redacción cuyo contenido fuese del todo inmoral o hasta vergonzante siempre y cuando que desde el punto de vista gramatical y literario no estuviese exenta de armonía, de ritmo, de una cierta luminosidad estética que, decía, “al fin y al cabo es lo que nos ocupa, ya que estamos en clase de composición” y, decía también, “nuestra responsabilidad termina ahí” y con independencia — según ella — de que lo narrado sea del todo aborrecible o feísimo o “por poneros un ejemplo mediante el que lo comprenderéis perfectamente” que se fijasen en la familia de Carlos IV; tan feos algunos de los personajes, pero tan bonito el cuadro.
Así que es seguro que continuó; pero no es del todo increíble que la tal continuación no aparezca por parte alguna porque la Sacra, temerosa de ganarse una reprimenda de su madre — dama bonachona y sumamente piadosa a quien, no entendiendo sin embargo absolutamente nada de las sutilezas en las que doña Fructuosa andaba tan puesta, hacía perder el apetito y hasta el sueño el que la niña mostrase “cierta inclinación, Fructuosa , y tú tienes que haberte dado cuenta, por más que me lo niegues” por los relatos “un poquito atrevidos” —, rogó a doña Fructuosa que por favor no la incluyera en la gacetilla trimestral del colegio en la que se publicaban los mejores trabajos de todas las alumnas.
Y, parece ser que doña Fructuosa accedió convencida, como estaba — y esta era otra de sus curiosas teorías —, de que cuando algo era tan absolutamente perfecto como el escrito de la Sacra (prueba contundente, entre paréntesis, de que el escrito existió) ya no tenía la menor importancia que el objeto tangible (es decir “la redacción”) portador de la tal perfección desapareciese porque aquella (es decir “la perfección”) trascendería para toda la eternidad aun y a pesar y por encima de la materia.
– ¿Lo habéis entendido? — Preguntaba, mirando de hito en hito y con expresión dubitativa a sus educandas.
Cuando las pobres criaturas respondían con movimientos de cabeza que no ella alegaba con un algo de tono resentido “es que las palabras son a veces muy traidoras y no trasmiten con fidelidad qué se quiere expresar”; lo que provocaba una enorme irritación entre nosotras , que no teníamos ninguna culpa de que cuando nos pasaba revista para hacer el casting no supiera elegir a las adecuadas para sus propósitos.
Fin a
a del mote número dos para la versión original e integra sin enlaces de las múltiples respuestas que pueden darse a una cuestión en apariencia tan simple como lo es “¿Quiénes somos?
Nota:
Para ver la secuencia completa pulsar en la imagen:
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.