About the work
https://valentina-lujan.es/A/Y%20es%20que%20en%20aquel.pdf
Y es que en aquel momento, el instante en que por un cúmulo de circunstancias — estúpidas todas pero confabuladas, amparándose y solapándose las unas en las otras que es lo que siempre hacen los cobardes que no se atreven a una vez cometidas sus miserables acciones dar la cara — me vi obligado abandonar mi trabajo pensando que lo reanudaría en apenas los pocos segundos que iba a llevarme el contestar el teléfono diciendo que no, como todas las tardes, cuando una voz anónima me invitaba a cambiar de compañía telefónica o, si aquella invitación fallaba, otra me ofrecía un apartamento en la playa en multipropiedad, me asaltó la duda, sin poder concretar un porqué, de si en verdad las cosas continuarían siendo tan sencillas y el discurrir de las horas y de los días tan amable como lo venía siendo desde que empecé lo que di en considerar “mi obra”. Por eso coloqué el “continuará” entre interrogaciones.
Coloqué las interrogaciones y me disponía a enfilar el pasillo en dirección al teléfono pero, apenas dados los primeros pasos, sonó también el timbre de la puerta y, tras dudar unos instantes qué hacer primero, opté por abrir la puerta (sería el cartero con una multa de tráfico y siempre es mejor, me dije, cogerla que tener que acudir a buscarla a correos o que esconder la cabeza debajo del ala y no ir, y quedarse con la zozobra de no haber aceptado quién sabía si la notificación de que un tío lejano del que se desconocía la existencia ha fallecido en el extranjero y me lega todos sus bienes) en la esperanza de que, entretanto, el teléfono dejase de sonar.
Desanduve por tanto el poco trecho que había caminado por el pasillo y, cuando ya casi tenía la mano en el picaporte, me percaté de que en el suelo había un sobre que apenas unos minutos antes — nótese que apenas llevaba cuatro renglones escritos, lo que dará idea del poco tiempo que hacía que me había sentado a trabajar — no estaba ahí.
Miré por la mirilla y en el descansillo no había nadie, con lo que supuse que el cartero lo deslizó por debajo de la puerta y se marchó, pero, al dar la vuelta al sobre, que estaba boca abajo y no llevaba remite, vi que tampoco llevaba franqueo ni nombre de destinatario, y sí tan sólo, y escrita con ordenador y con la misma letra del mismo tamaño y el mismo color y el mismo grosor que yo utilizo, una pregunta tan desconcertante como “¿cómo llegaste al laberinto 42?”; pero no mucho más que la que me formuló la voz de Lola cuando, atribulado y confuso, acudí a atender el teléfono.
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.