Muchas veces, caminaba sin rumbo, por el placer de hacerlo. Le encantaba escuchar el taconeo de sus zapatos al chocar contra el empedrado del pavimento y tener conciencia de hacerlo. A veces regresaba de madrugada, después una noche de rimas asonantes, de cuartetas malparidas, de ritmos sincopados que, a medida que la luz se abría paso, conseguían que las notas se fuesen enlazando hasta construir la más armónica de las melodías. A su alrededor iban revoloteando coplas que relataban las más grandes historias de amor. Coplas que traían al presente jirones de su alma que se habían descarnado de la memoria mientras todo era silencio y que ella iba injertando en el presente con mucho mimo. Amaba profundamente el momento en el que todo volvía a nacer.