About the work
https://valentina-lujan.es/trans/Seponiacomounverdad.pdf
cuando el tío Gonzalo, su medio hermano, en exceso proclive al lenguaje poético, aludía al viejo baúl “do dormitan” – decía, en palabras textuales – los trajes tan preciosísimos y las gargantillas, brazaletes, y demás aderezos de la tía abuela Isabelita o cuando, en las tardes tristonas de invierno todos allí alrededor de la chimenea, se le pasaba por las mientes a alguien ponerse a recordar tiempos pasados y él evocaba las rosadas mejillas de Jacinta.
–No es ningún viejo baúl, Gonzalo — protestaba tratando de controlar su enfado —, es sencillamente un baúl muy viejo.
Y, secándose a continuación las manos que se había lavado en la vieja jofaina… “o palangana desconchada; mejor ― precisa, no doña Gloria sino la hermana ― para no disgustarla”, del aguamanil que fuera antaño de la habitación de don Luis, que en lo «tocante a las mejillas de Jacinta, ¡Gonzalo, por favor!», rogaba, lo que sucedía era sencillamente que estaba siempre colorada como un tomate y, ella, «hasta las narices, Gonzalo, de tu jodida manía porque, vamos a ver, Gonzalo, ¿qué sentido tiene el querernos pintar la realidad como hasta el más tonto de la familia forzando al levantar de forma maquinal, involuntaria, los ojos al techo sin intención y sin percatarse de cómo nos complicaba la vida a todos con esa falta de dominio sobre sus impulsos, a que el tío Apolonio, tan comedido, se sintiera obligado a intervenir y mitigar la dureza de sus palabras con un «¡disminuida!» pronunciado con su proverbial dulzura y elevando, él también, los ojos al techo haciéndonos perder un tiempo precioso y, total, nada más para que ella respondiese con un seco "y qué diferencia hay con lo que yo he dicho, eh", está al cabo de la calle de que no fue?».
Y que no le destrozase los nervios «Gonzalo; y usted, tío, perdóneme pero ya sabe cómo soy» y, a nosotros, que despejásemos la mesa de la cocina y «tú», al primero que pillaba y sin discriminar miembros de la familia o invitados, que pusiera el hule y colocase los platos, que era la hora de cenar... «¿pues qué va a ser?, mazamorrilla como siempre», contestaba cuando le preguntábamos «¿qué?».
–Porque mamá se comportaba con frecuencia ― cuentan, “¿verdad, Gaspar?” … hablándole muy fuerte ― como si no supiese que la sangre que circulaba por sus venas era la de una de las familias más distinguidas del lugar que jamás había cenado, para empezar, mazamorrilla, y para seguir, sentada a la mesa de ninguna cocina ni sobre ningún hule.
Esta forma de proceder tan suya que debía ser calificada, por los más, de «enteramente irresponsable o ganas de tocar las narices» y tildada, por los menos, de «acto de profunda humildad digno de encomio» tenía en pura lógica que:
1 ― O bien desencadenar las iras de los menos «porque, si además de ser pocos — dirían — nos toca la parte más difícil, ganaréis siempre vosotros». Y eso era injusto a todas luces.
Que parecía sensato.
2 ― O, mejor incluso casi, hacer que los más montasen en cólera «porque, si además de ser muchos —argüirían — hemos de hacernos cargo de la parte más fácil, os ganaremos, sí; pero... ¿y qué; eh?». Y eso era una mierda de victoria a ojos vistas.
Que parecía igualmente defendible y razonable.
¿Qué había que hacer, ante una disyuntiva semejante?
Ella, sin embargo y tan pragmática, desentendida de calificativos y de tildes con una sencillez que dónde habría aprendido, seguía, a su paso, sin pestañear ni apartarse de su camino un solo ápice y sin hacerse, jamás, preguntas que pudieran ser respondidas con una obviedad que, sin haberlo ella comido ni bebido ni tenido arte ni parte ni recomendación ni enchufe en el muy reñido proceso de selección, fuese a dar al traste con los planes, tan minuciosamente elaborados, de Felipe el… Bueno, ahora mismo no se acordaba, pero en algún momento lo reconocería ya fuese entre los primos o, si se terciaba o ponía a tiro, entre los sobrinos de la madre de… ¿Cómo se llamaba aquel chico que se casó con Julianita haciendo una suplencia?
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.