About the work
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Nos acordamos en seguida y con unanimidad casi absoluta, además — y con una de esas frescuras de las que suele decirse es como estarlo viviendo, mismamente ―, de cómo mamá, con sus pies tan pequeños firmemente asentados sobre el duro suelo se ponía como un verdadero basilisco cuando el tío Astolfo, su medio hermano, en exceso proclive al lenguaje poético, aludía al viejo baúl “do dormitan” – decía, en palabras textuales – los trajes tan preciosísimos y las gargantillas, brazaletes, y demás aderezos de la tía abuela Mesmina o cuando, en las tardes tristonas de invierno todos allí alrededor de la chimenea, se le pasaba por las mientes a alguien ponerse a recordar tiempos pasados y él evocaba las rosadas mejillas de Clemencia.
–No es ningún viejo baúl, Astolfo — protestaba tratando de controlar su enfado —, es sencillamente un baúl muy viejo.
Y que las joyas y los trajes eran un puñado de baratijas y unos cuantos andrajos; ocasionando, con semejante aseveración y sin habérselo en su pronto tan irreflexivo propuesto, un enorme trastorno y un ir y venir de operarios echando el bofe porque, y cualquiera lo comprende, si para el baúl del tío Astolfo lleno de objetos míticos cargados de glamur la ubicación perfecta era el desván con todas sus sombras, aromas polvorientos y silencios adormecidos sugiriendo un pasado de cierto postín, para el de ella, cuatro tablones desvencijados y a rebosar de guarrerías, el destino idóneo era el trasterillo del sótano, una covacha lóbrega de muros carcomidos por la humedad.
Y, secándose a continuación las manos que se había lavado en la vieja jofaina… “o palangana desconchada; mejor ― precisa, no doña Consola sino la hermana ― para no disgustarla”, del aguamanil que fuera antaño de la habitación de don Heliodoro, que en lo «tocante a las mejillas de Clemencia, ¡Astolfo, por favor!», rogaba, lo que sucedía era sencillamente que estaba siempre colorada como un tomate y, ella, «hasta las narices, Astolfo, de tu jodida manía porque, vamos a ver, Astolfo, ¿qué sentido tiene el querernos pintar la realidad como hasta el más tonto de la familia forzando al levantar de forma maquinal, involuntaria, los ojos al techo sin intención y sin percatarse de cómo nos complicaba la vida a todos con esa falta de dominio sobre sus impulsos, a que el tío Emiliano, tan comedido, se sintiera obligado a intervenir y mitigar la dureza de sus palabras con un «¡disminuida!» pronunciado con su proverbial dulzura y elevando, él también, los ojos al techo haciéndonos perder un tiempo precioso y, total, nada más para que ella respondiese con un seco "y qué diferencia hay con lo que yo he dicho, eh", está al cabo de la calle de que no fue?».
Y que no le destrozase los nervios «Astolfo; y usted, tío, perdóneme pero ya sabe cómo soy» y, a nosotros, que despejásemos la mesa de la cocina y «tú», al primero que pillaba y sin discriminar miembros de la familia o «tú», al primero que pillaba y sin discriminar miembros de la familia o invitados, que pusiera el hule y colocase los platos, que era la hora de cenar... «¿pues qué va a ser?, mazamorrilla como siempre», contestaba cuando le preguntábamos «¿qué?».
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.