About the work
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1 Y como iba a continuar esperé. Mi amigo lo había escrito y ahí estaba, de su puño y letra, y yo lo conocía lo bastante bien para saber que iba a cumplir su palabra.
Esperé primero días y luego semanas y después meses. Y cuando los meses fueron más de doce entendí que llevaba esperando más de un año.
A veces nos veíamos y él preguntaba ¿qué tal va todo? y yo le contestaba siempre “bien” y que no hacía falta que me preguntase, que yo sé tener paciencia si las circunstancias lo exigen; él me respondía entonces que a lo mejor era un error, que las personas cambian y que lo que un día está pareciendo tan obvio se ve al cabo del tiempo que estaba siendo una ilusión, un espejismo estúpido sin ninguna base ni conexión alguna con el mundo real.
Yo trataba entonces de darle ánimos porque me daba la sensación de verlo abatido, desconcertado e inseguro; y él aceptaba mis palabras de aliento sin entusiasmo aparente, pero esforzándose por devolverme una sonrisa amable que me hacía sentir algo muy parecido a lo que pueda ser estar siendo humillado, tratado como un pobre mequetrefe que se deja mangonear sin criterio ni dignidad ninguna.
Pero no me quejaba, no le comentaba nada al respecto y simulaba no darme por enterado y seguir tratando de compaginar lo que sólo estaba siendo un tropezón pasajero que no iba a dejar ninguna huella con mi propia vida, la cotidiana, la vida en la que iba y venía al y del ministerio cada mañana, y por la tarde a visitar a los Ramírez, y por la noche de regreso a casa y a Indalecio. Y todo siguió un curso más o menos normal hasta que el entorno apacible de ellos (los Ramírez) se desmoronó de la noche a la mañana por culpa de la tozudez de un mocoso que se negó a hacer algo que le hubiera resultado tan sencillo como ponerse de pie, tranquilo y sin necesidad de derribar refresco ninguno, caminar hacia la puerta de la habitación sin preocuparse de que un tipo con gorra de visera se fuese a interponer en su camino, y, una vez cruzado felizmente el umbral, enfilar el pasillo y dirigirse a su habitación para, del cajón de arriba de la mesilla de noche situada entre su cama y la de su hermanito — que guarda sus cosas en el cajón de abajo —, sacar uno de sus cuadernos, uno cualquiera, cualquier cuaderno en el que podamos encontrar hojas en blanco; cerrar luego el cajón y, con el cuaderno en la mano, regresar al cuarto de estar y prestárnoslo o, si eso le fuera a causar menos disgusto, arrancar, tan sólo arrancar las hojas en blanco y nada más las hojas en blanco, que estábamos necesitando para poder dejar constancia de quiénes exactamente éramos y dónde y haciendo qué exactamente estábamos cuando qué trabajo le hubiera costado cuando, aquella mañana de invierno que debía con toda seguridad ser de verdad de invierno porque recuerdo que Lola había entrado por la puerta con abrigo y Lola no es persona irresoluta ni insegura que necesite, como las señoras enjoyadas o como la oxigenada y desenvuelta Shirley, ceñirse ni obedecer a pautas para gritar socorro justo cuando llega a sus manos una carta marcada o saber, por sí misma y con criterio propio, en qué lugar y en qué momento exactos tiene que pasar una fregona que, la nuestra, la camarera nuestra, la de siempre, castaña ella y que no me parece a mí que sea de frasco, me comenta — porque al fin accedió a colaborar con la condición, advirtió, no obstante, de que sin contraer compromiso de permanencia — que no le parece a ella por cierto “aunque qué va a saber una, ¿verdad?, sin más horizontes que servir cafés o cualquier otra cosa que pida el cliente y recoger mesas”, dice y, “mire, mi niño”, mostrándome en la pantalla de su Samsung al pequeño que, “mañana, exactamente, diecisiete meses y catorce días” explica, mirándolo arrobada.
– Qué va a saber una — repite, apagándolo y dejándolo caer en su bolsillo — pero, si me puedo tomar la libertad a que usted tan gentilmente me ha invitado, yo pondría en manos de Lola, de Lola precisamente, algo un poquito menos… ¿previsible?
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Code: | 2404087591105 |
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Date: | Apr 8 2024 16:46 UTC |
Author: | Una regordeta con granos |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.