About the work
https://valentina-lujan.es/alicia/regresando.pdf
no como integrante de uno de los grupos — formados como ya se dijo atendiendo las indicaciones que hiciese doña Isidora mientras, en una bandejita colocada sobre la mesa camilla, el señor Ramírez tomaba la merienda consistente en un vaso de leche con galletas que su esposa le había servido y, su nuera… — sino, mentalmente, al cuerpo del texto del que de una manera tan irreflexiva me había ido apartando sin saber a qué serie de disparates podría mi imaginación tan poco ejercitada conducirme y, en carne y hueso con las manos hundidas en los bolsillos de mi abrigo y la carpeta con los folios bajo el brazo, a mi casa aquella noche, caminando tranquilamente y sin más planes que mirar un poco la televisión tratando de olvidar por qué Sonia, la nuera, que en el entretanto se había ausentado unos momentos para atender el teléfono que sonaba insistente en la habitación contigua regresó, instantes después, algo demudada y levemente temblorosa.
Pero mis planes se vieron alterados cuando al salir del ascensor y buscando ya las llaves en mis bolsillos oí una voz alertando de “ya es hora de ir echando la cortina”; reparé entonces con profundo disgusto, aunque sin perder la compostura, en mi tía sentada tranquilamente en la escalera con Indalecio a su lado.
– ¡Vaya, al fin has llegado! — dijo, le contaría posteriormente a mi amigo, poniéndose de pie con una agilidad impropia de una mujer de su edad.
– ¿No podría esa frase — él — ser un poco menos estereotipada?
– Bueno — argumenté —, mi tía no era, es decir no es, ningún dechado de ingenio capaz de descolgarse con ninguna originalidad…
– Me estoy refiriendo — me cortó en tono seco — a esa forma de ponerse de pie; las ancianas que se mueven con agilidad tan impropia de su edad suelen ser unas viejecitas encantadoras…
– Mi tía no es para nada encantadora.
– Encantadoras, pero — continuó, sin prestar la menor atención a mis protestas — bastante vivarachas y absorbentes; simpáticas, desde luego, pero…
– Mi tía, te lo termino de decir, no es en absoluto simpática.
– Pero — volvió él a continuar, otra vez sin prestar atención a mis protestas —, por lo general, autoritarias y no poco locuaces además de enormemente entrometidas y tan convencidas de que sus sobrinos son pobres ovejillas descarriadas que suelen, salvo casos muy excepcionales, no sólo colocarles correctamente la corbata antes de salir de casa y advertirles de que se abriguen en invierno y de que no tomen bebidas demasiado frías en verano sino, y eso sí que sería fatal para ti y para la misión que los hados del destino te tienen reservada, prodigarles toda suerte de consejos encaminados a ser hombres de provecho…
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Motivo por el cual me pareció prudente el eludir, al menos de momento, cuáles pudieran estar siendo las causas del cambio repentino en la actitud de una criatura que, tan desconcertante como me había resultado desde un primer momento Sonia, era seguramente muy capaz de sorprenderme con una de sus salidas características que yo quizás no iba a saber ni controlar ni resolver.
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.