About the work
https://valentina-lujan.es/S/sintioquelazar.pdf
Sintió que la zarandeaba por el hombro, como tantas veces, tantas cuantas se había hecho la desentendida y, apretando los ojos y a veces también los dientes ―o los puños, hasta clavarse las uñas para luego ver las marcas―, escondido la cabeza debajo del ala queriendo murmurarse no es a mí.
¿A quién entonces?
Y el ala se plegaba, esquiva, al cuerpo de lo que diera en denominar “mi víctima” sabiendo, aun sin saberlo, que de haber alguna a la que poder calificarse de tal no sería suya, no de la ella “yo” que conociese cuando llegó, de nuevas, con las manos vacías y el alma a rebosar de proyectos que fueron a estrellarse contra las paredes, que parecían tan blancas, para de inmediato rebotar y regresar al punto de partida sin, como quien dice, haberse estrenado apenas y a fuerza de desidia, de desgana, de un no puedo no sé mejor dejarlo.
Pero por alguna razón desconocida el algo desconocido por una vez, una sola que ella pudiese contabilizar en su registro de actividad como vez, insistió.
¿a qué tanta terquedad, algo vacío?
Estás empezando a cansarme; ya van dos.
¿Adónde?
Y tres.
Entendió entonces que mejor cerrar el pico ―a modo de metáfora, se dijo, y que a juego con las alas plegadas― y renunciar a levantar el vuelo. Vuelo que podría alzarse hasta “y cuatro” o “y cinco” o, si venían mal dadas (las circunstancias, que dio en decir “adversas” sin querer saber más), quién podría prever si alargarse, alargarse, hasta el infinito y a riesgo de romperse los tendones a los límites mismos de la eternidad.
Se miró, de reojo, como sin querer o sin querer que nadie pudiera ser testigo de que se miraba, aunque fuese de frente y abiertamente, a sí misma allí, arrebujada suplicante junto al ala que se negaba a extenderse por ampararla.
Está bien; iré sola.
Y recuerda que se desperezó y sintió en las plantas de los pies el tacto quebradizo, crujiente, de las hojas de las que por falta de sus cuidados se morían.
Y se dijo nunca más.
A secas, cuidadosa de no preguntar qué.
Porque hay que saber parar (se dijo) o terminarás (“no necesitarás que te lo cuente”, puntualizó) llegando a ese punto que te persigue y no te permitiría, si es que llegaras a alcanzarlo, regresar.
Luego se rascó la frente, consideró la posibilidad remota de darse una ducha y murmuró (por lo bajo) “bueno, ya está”.
Y, dicen, que contó “por eso he vuelto” antes, o “después” ―sin poder ya precisar―de dormirse de nuevo.
25 de marzo de 2019
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.