About the work
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¡Querida niña!
Eres un repugnante y asqueroso saco de basura. Una sidosa miserable que morirá pronto y será arrojada en cualquier cuneta y yo quiero saber dónde para ir allí y escupirte, y sentir asco de tu cuerpo ruin que nada más sirvió para albergar un alma mezquina y pensamientos sucios y rastreros y forjar fantasías que supieron girar únicamente alrededor de tus genitales malolientes y medio podridos bajo la costra inmunda de espermas resecos.
No tienes más de diez o doce años. Después de tanto tiempo de tener que soportar en mi oído las palabras de engendros tan nauseabundos como tú ya sé distinguir con qué edades se corresponden las voces.
No te imagino fea del todo, fíjate; tus facciones podrían estar teniendo un algo de atractivo si tu mirada no estuviera tan emponzoñada de lascivia y los hoyitos de las mejillas — esos que siempre se forman acompañando a la sonrisa — no estuvieran siendo modelados por la aterradora grosería que es el motor de tu deleznable regocijo.
Te parecen divertidas todas las vilezas que son inseparables del instinto más bajo a que el ser humano se considera no ya condenado sino acreedor arrogante y soberbio y que es el servilismo ciego a las exigencias despiadadas de un sexo insaciable.
Te piensas que por un agujero viscoso situado en tu entrepierna va a entrar en tu vida un chorro de felicidad y entrará solamente — a la felicidad la tiene sin cuidado tu lóbrego agujero — en tu vagina una fétida secreción de semen que te dejará preñada, ¡pedazo de imbécil!, y engendrarás hijos que serán tan escoria como la hez repulsiva que tú misma eres.
Pero no llegarás a parirlos. Seguro. Te los abortará cualquier partera desgreñada y sin dientes, o una matrona de labios pintados que cuando haya tirado tu feto a la basura se lavará las manos y se colocará de nuevo en los dedos sus anillos, los anillos que se habrá comprado con los beneficios libres de impuestos que tú y las que son como tú le estaréis proporcionando tan contentas, listas a volveros a despatarrar tan pronto cicatrice la herida.
Habrás oído alguna vez abogar, ¿verdad, abyecto y depravado endriago?, por eso que ampulosamente es denominado “derechos humanos” y habrás supuesto, ¡vanidosa!, que son esos unos derechos que amparan a tus entrañas y que vienen pertrechados de un fardel de libertades que a ti te conciernen. Pero estás muy equivocada, mira, tú eres nada más estiércol y ponzoña, el desecho de una fornicación cerril y burda; el resultado de una masturbación sofisticada y exigente.
Sí, hasta en los instintos más obscenos se manifiesta, al parecer, un no sé qué de gusto por la sublimación de lo perfecto, de lo idóneo, del “una cosa para cada lugar y un lugar para cada cosa”, y por eso, tu padre, en lugar de masturbarse a mano buscó el coño de tu madre y, ella, en lugar de contentarse con meterse el dedo — así es exactamente como lo dijiste, “tú te metes el dedo”, y te reías — estimó que la verga de semejante bucéfalo era la glorificación de sus anhelos.
Pero no son tus progenitores los únicos, que abundan por la superficie del planeta infinidad de putañeros y de rameras; ni tú eres un raro fruto, singular, de descarríos.
Posiblemente ellos lo ignoran, ¿sabes?, y yo quisiera suponer, en su disculpa, que de buena fe creen que copular como las bestias es intrínseco a la naturaleza humana; no comparto, sin embargo, su opinión, y los desprecio, y me dan náuseas y lamento el no encontrar respuesta a por qué — en un mundo que en otros muchos objetivos ha logrado tan prodigiosos extremos — no ha cundido la voz de que la vida es una minúscula porción de la existencia, una faceta ocasional de un todo sin arraigo en el cuerpo ni en sus apremios ni desbarros ni extravíos; el no alcanzar a comprender por qué motivos de entre tantos manumisores como pueblan la Tierra no os ha dicho ninguno, a través de cualquiera de los muchos medios que sí emplean para haceros llegar las voces...
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Code: | 2403257484247 |
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Date: | Mar 25 2024 19:38 UTC |
Author: | Alicia Bermúdez Merino |
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.