About the work
https://valentina-lujan.es/m/mirelacionconelyoga.pdf
Empecé a practicar Yoga hace cerca de cuarenta años (39 el próximo 2 de febrero).
Había conocido al Maestro unos meses atrás, una tarde de junio, sin saber quién era ni haber oído antes jamás hablar de él, y sin tener más noción de qué es ni de en qué consiste el yoga que una corta, brevísima experiencia que no duró más que un día, vivida siendo muy joven en un centro regentado por alguien muy famoso allá por los años 60 y 70 — tengo una vaga impresión de que su fama ya no es lo que fue —y que me hizo salir corriendo despavorida. Recuerdo que estábamos muchas personas sentadas en el suelo de una sala iluminada por una luz muy tenue, una vela creo recordar, y que aquel personaje nos pidió “piensen ustedes en una playa absolutamente desierta”.
De inmediato “mi playa” se llenó de gente, de señoras gordas, de jóvenes luciendo sus esbelteces en bikini, de hombres con sombrero y pantalón corto leyendo la prensa bajo infinidad de sombrillas de colores, de niños haciendo castillos de arena, de otros niños jugando a la pelota, de patinetes en el agua, de barquitos en la lejanía, de voces, de chiringuitos, de olor a calamares fritos, de gentes de otras razas vendiendo alfombras y relojes…
Intenté despejar “mi playa”, vaciarla; pero todo cuanto conseguí fue desesperarme ante mis esfuerzos completamente inútiles.
Y, nunca más.
Nunca más hasta aquella tarde de junio de 1981 en que conocí al Maestro, sin saber que lo era ni, por supuesto, estarlo buscando. Y, allí mismo, alguien me habló de él y del yoga; y él le decía “déjala, cállate”.
Un rato después nos despedimos, ya todos en la calle, dándonos la mano y con esa sonrisa cortés que se dedica a los desconocidos que te han presentado y estás viendo por primera vez.
Pero un no sé qué se me quedó en el ánimo de que “aquello” era otra cosa; que nadie me pediría limpiar ninguna playa…
Y, sí, a finales de enero del año siguiente acudí a una primera cita con él, en su despacho, y hablamos no mucho, y recuerdo que lo primero que me dijo nada más cerrar la puerta e invitar a que me sentase fue “tú tienes bastante mala leche”. Aquello me gustó, y me reí, y pensé para mí “creo que vamos a entendernos bien”. Y nos despedimos tras decirme “el próximo martes ven y trae un chándal, o un pijama, o lo que quieras”.
Y así fue, y así fui. Llevada, o movida, de una absoluta convicción, de un enorme entusiasmo, de una inmensa… algo que no encontrando palabra que se me antoje más adecuada llamaré Fe.
Y… Cerca de cuarenta años.
No me he preguntado nunca qué fui buscando, a qué aspiraba o qué pretendía alcanzar; jamás me lo pregunté porque supe siempre que Inteligencia y Bondad, convencida de que con inteligencia y bondad (que no bonachonería estúpida) ya no es necesario pretender alcanzar más.
He ido notando, sin embargo, a lo largo de tanto tiempo, que mi enorme entusiasmo y mi “algo” — a lo que no encontrando palabra que se me antoje más adecuada sigo llamando Fe — se han ido debilitando, o palideciendo, y creciendo una desgana, o pereza, a la hora de ponerme a hacer los ejercicios hasta el extremo en que ayer mismo, mientras los hacía al atardecer, me preguntaba por qué sigues, por qué no lo dejas si crees que es como si los ejercicios, el trabajo, no ejerciera ningún efecto sobre ti.
Pero no estaba siendo ayer la primera vez; que eso sí me lo he preguntado muchas veces, pero siempre he dejado “para mañana” el responder.
Ayer me respondí y me dije, a continuación, alborozada casi, “¡qué bien!, ya sé por qué”, y, sin perder el ritmo — o, bueno, a lo mejor un poco — me expliqué a mí misma que sí, que es cierto que cuando me analizo y me recuerdo no tengo sensación alguna de ser ni más inteligente ni más buena, que creo que mi aspiración nunca se verá colmada, y que jamás alcanzaré lo que pretendí…
Aquí me surge una nueva pregunta que es “¿lo sigo pretendiendo?”. Pero si me enredaba en una nueva respuesta perdería, aduje, tanto el ritmo como el hilo de mis pensamientos. Así que…
Y, agarrada al hilo tan frágil de mis pensamientos, me argumenté que el creer que “algo es como si” puede distar mucho del saber qué ese algo “que parece ser” vaya en su absoluta puridad a corresponderse...
30 de diciembre de 2020
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.