Mote para una promesa
Alicia Bermúdez Merino
Madrid - Spain
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alborozado que esa misma noche, en cuanto llegue a casa y sin detenerme prácticamente en nada más que en ocuparme unos minutos de Indalecio — todo el día solo y aburrido, el pobre, entre unas cosas y otras y tan habituado como está a escuchar todo el rato la televisión o la cháchara incansable de mi tía que, como todas las viejas, tiene la costumbre de hablar sola — y echarle como siempre la cortina, me pondré manos a la obra de organizar y pasar a limpio las notas.

– ¿Las notas? — Pregunta, y parece confuso —, ¿te refieres a esos folios inconexos y bastante desordenados que has ido garabateando?

–Bueno — respondo amontonándolos —, son todo lo que tengo; y para arrancar ya es algo, ¿no?

– No, si algo sí que son, pero…

– ¿Qué “pero”?

– Pues que, así, sin tener toda la certeza del mundo de que todos vayan a resultarte útiles…

– ¡Pues claro que me resultarán todos útiles! Útiles para seleccionar qué es importante, y para descartar lo que no sirva.

– ¿Y qué es lo importante y qué lo que no sirve? — Pregunta, caviloso —; ¿Cómo podrás distinguir el grano de la paja? ¿Te has parado a pensar que muchos de estos folios te pueden resultar perjudiciales?, ¿que no pocos tratarán, aviesos, de desviar tu atención hacia cuestiones accesorias, vanas y carentes de interés?

– Imagino — replico, creo que encogiéndome de hombros, tan pletórico e ilusionado como me siento — que ese ha de ser el reto del escritor…

– ¿Y con qué criterio, desde qué punto de vista y con qué prisma ha de suponerse que debe abordar el escritor la tarea de enfrentarse a ese reto?

– Pues…

– No irás a responderme que desde los del propio escritor, ¿verdad?

– ¿Y por qué no? El escritor es…

– ¡“El escritor es”! — Exclama en tono amargo — ¿Quién es el escritor?

– Habíamos quedado — le recuerdo — en que eso se decidirá más adelante.

– Olvida eso ahora; estoy hablando en serio — Y agrega con rotundidad —: ¡El escritor es NADIE!

– ¿Nadie?

– Quiero decir…

Permanece unos minutos pensativo, como eligiendo cuidadosamente qué pretende exactamente expresar; pero debe de ser que no lo encuentra porque, tras un carraspeo y rebullirse incómodo en el asiento, lo único que sale de sus labios es un “casi nadie”.

– O no alguien — parece alentado a seguir una vez roto el hielo y encendido un nuevo cigarrillo — a quien podamos, a menos que no nos preocupe el pecar de vanidosos, considerar esencial en toda esa especie de baile de intereses.

– ¿Y qué baile es ese? — Pregunto solícito, perfectamente armado de paciencia porque ahora que sé que esta noche me dedicaré a hacer algo que no será mirar un programa estúpido en la televisión me siento feliz y relajado.

– Verás — Dice.

Y pasa a, depositando el cigarrillo en el cenicero para ir así contando con los dedos, explicarme que los interese que básicamente han de tenerse en cuenta son:

Interés existencial; si lo miramos desde el punto de vista de los personajes que han de dar cuerpo y alma a la idea de su creador.

Interés vital; si lo consideramos desde el punto de vista del lector .

Interés literario; si lo contemplamos desde el punto de vista del escritor y de cuales deban ser sus objetivos.

Concluye su exposición aderezándola de la advertencia de que de entre todos los intereses mencionados es al último al que el escritor que no desee...

...

Lo escribió así, con mayúscula, dice que para hacer notar el énfasis que puso su amigo en este “nadie”. (Nota de las Palabras)

...

Se extiende aquí en una larga disertación perorando acerca de que este “interés” va a ser prácticamente nulo porque “aunque huelga decirlo porque es algo que sabe todo el mundo”, dice, el lector es por lo general un tipo malhumorado que tras comprobar cómo le han ido fallando uno tras otro todos sus planes

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Code: 2403027217815
Date: Mar 2 2024 23:00 UTC
Author: Señorita Alejandra
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Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.

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