About the work
https://valentina-lujan.es/L/loqueledichoaface.pdf
Hoy ha sucedido en clase de Filosofía, pero hace unos días sentí algo muy parecido en clase de Pintura.
Los filósofos, griegos, todos tan respetables y que dijeron lo que tuvieran a bien hace veintitantos siglos.
Es cierto que a estas alturas de mi vida no tengo tiempo (ni ganas ni interés) de aprenderme las frases lapidarias pronunciadas por cada uno de ellos; pero, sinceramente, pienso que tampoco me hace falta.
Bástame saber, en mi opinión (que no me voy a molestar de añadir “humilde”, porque, también en mi opinión, todas las opiniones deben serlo), que el pensamiento, de quien sea, puede ser variopinto y disperso, e incongruente e incluso contradictorio, y que no hay por qué endiosar determinadas afirmaciones acuñadas en frases lapidarias que en letras de molde han pasado a la historia, o a las enciclopedias, o al ánimo de las gentes como incontrovertibles o incuestionables.
Los filósofos, todos, antiguos y modernos, han tenido opiniones de las cuales, y por alguna razón que desconozco, algunas se han convertido en dogmas a los que (entiendo, aunque no comparto) es osadía replicar.
Bueno, pues a mí personalmente – y así lo he expresado, a lo que por cierto una compañera de clase me ha replicado “¿y para qué vienes aquí y no te vas a la cola del pescado?” – hoy por hoy, y alimentada tal vez aunque de forma poco intelectualizada y metódica del pensamiento griego del que está imbuida toda sociedad occidental (y aun no comulgando del todo con dicho pensamiento), me doy cuenta de que la vida cotidiana, el simple hecho de abrir los ojos cada mañana y plantar los pies en el suelo, me abre, a mí y a cualquiera, un abanico apabullantemente enorme de posibilidades de experimentar sensaciones, y emociones, y de elaborar pensamientos, y opiniones, y hacerme infinidad de preguntas y de planteamientos a raíz, tan sólo, de un gesto, de un ademán, de un tono de voz, que veo, u observo, o escucho en alguien, que inevitablemente me lleva a considerar qué mundo interior de la persona que lo está emitiendo la tiene sometida a esos gestos o ademanes o entonaciones y no a otros.
De ahí que dijera yo, y que lo dije, “tanto puede inducirme a pensar una señora en la cola ce la carne como cualquier filósofo por muy respetable que sea”. De ahí también la réplica de por qué en vez de asistir a clase no me marchaba a la cola del pescado (y que era carne, pero, bueno).
Le pude replicar “para qué molestarme en ir a buscar una pescadería (de guardia, a lo mejor, que era ya por la tarde) cuando te tengo a ti al lado y me estás haciendo el mismo juego”, pero no lo dije. Y es verdad que a partir de ese cruce de frases he tenido para recapacitar bastante en torno a la condición humana (incluida la mía) y cómo del qué y del cómo de cada momento hacemos las personas nuestras interpretaciones subjetivas que tomamos, sin pestañear, por perfectamente objetivas.
Por otra parte, y volviendo a los filósofos, griegos, ellos dijeron y opinaron lo que les trajo a la mano decir y opinar en el momento y en el mundo que vivieron; pero hoy, veintitantos siglos después, yo, en mi momento, creo que tengo la obligación de elaborar mi propio pensamiento, que puede ser desacertado sí, y perfectamente refutable; pero no creo que sea muy discutible que sí cada vez que he de pensar (acerca de lo que sea) hubiera de pararme a echar cuentas de qué debería de pensar para no quebrantar no me importa qué dogma del pensamiento (griego, o chino, o de la Patagonia, que cada uno tendrá sus seguidores y sus adeptos) se me iría el tiempo y la vida en no pensar por mí misma. Y me iría cada noche a la cama furiosa conmigo misma por no haber hecho uso de cuántas posibilidades me estaba dando el día cuando, por la mañana, abrí los ojos y planté los pies en el suelo.
Ahora voy con la clase de Pintura del otro día, más o menos de lo mismo y en una línea que se me antoja parecida y me coloca ante prácticamente idéntica elucubración.
Si un pintor (consagrado) pinta un recuadro rojo...
Oquios
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.