About the work
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que fue, para ponerlas más difíciles por si no lo estaban ya bastante, exactamente lo que hice retrocediendo, regresando al Cofee Shop de mis desdichas y tan infausto recuerdo donde creí, me pareció, verla con sus botas con vueltas de piel la tarde del paraguas.
¿Continuará?
≈
– ¿Continuó?
- La pregunta ― respondo ― podría tener su gracia si no fuese porque…
Porque lo intenté; doy mi palabra de que lo intenté, pero el panorama era tan desolador que entendí, aun doliéndome el alma, que las fuerzas adversas del destino se habían confabulado en mi contra para impedirlo…
– ¿Cómo lo ves? ― pregunto ilusionado.
– No sé ― dice torciendo el gesto ―; lo encuentro como raro, ya te digo: no es tu estilo.
– Pero puede ser el tuyo ― respondo, sin dejarme intimidar, llevado de mi infantil optimismo ― y, el escritor, acuérdate, ahora eres tú.
– Pues por eso lo digo. Porque yo pensé que un burócrata, con una mente estructurada para seguir un orden razonable, tan capaz de imaginarme como yo te conozco… o he creído conocerte pero ya veo que me equivoco, no dejaría que una situación tan sencilla se le fuese de las manos de una forma tan… Vamos: que me esperaba otra cosa.
Me desazona no ya su decepción ― que en lo tocante a cuánto pudiese creer en mí como escritor ya sabía, desde un principio, que no debía albergar grandes esperanzas ― sino el verle tan de verdad contrariado; y se me ocurre, por salvar la situación, tratar de alegrarlo, arreglarlo, con algo tan socorrido como “digamos que ha sido un lapsus”.
Pero me mira arrugando la nariz igual que cuando, de niños, hacía ascos a las cucharadas de aceite de hígado de bacalao que su madre le daba; se la traga por fin, tan a regañadientes como entonces, y accede a “digámoslo”.
– ¿Pero por qué lo tienes que decir con esa cara?
– Porque no termina de gustarme.
Y que no tendré por casualidad un caramelo… “¿verdad?”.
Le contesto que no, pero que no me parece que sea tampoco para tanto.
Y, él:
– ¡Pero qué sabrás tú!
Y, aunque no dice más pero a punto estoy de contestarle “nada, claro; ¿o te crees que soy tonto y no me daba cuenta de que os reíais de mí porque estaba un poco gordo?”, él quiere saber si en el colegio o cuándo…
– ¿Importa mucho? ― le digo.
– No ― contesta ―; pero tantas preguntas seguidas me han traído a la cabeza a… ¿la señorita Isidora, era?
– ¿Aquella que tenía el pelo tan rizado?
…pero él dice que no,
- ¿No?
Y él que pues claro que no “porque quién ni qué te garantiza a ti ― me dice ― que las cosas tengan que ser forzosamente como tú las piensas” cuando, si me paro a discurrir un poquito, muy bien puedo encontrarme con que ni las personas ni los objetos ni los lugares estén siendo fieles, pasado un tiempo, a la imagen que se conserva de ellos “y ya veremos ― augura ― si no tienes que, aunque te cueste un poco, rectificar o hacer un retoque por lo menos”.
No le contradigo porque no tengo hoy ya ganas de más desencuentros, pero a mí me parece que si tengo que rectificar algo casi voy a preferir olvidarme de Ramírez, y de sus padres y sus hijos y, en un derroche de imaginación, del ministerio y hasta de las botas con vueltas de piel de…
- Esa ― que “¿Cuántas veces tendrá uno que repetirte «que»? ― era la otra y cierra, que te pasa siempre igual, las comillas inglesas.
… y mandar a hacer puñetas todo
Y, para colmo, que repase a ver si no estoy haciendo un una especie de cóctel medio raro entre el burócrata y el escritor…
…porque estoy un poquito cansado
…le parece.
Versaciones
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.