About the work
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se acabó desoyendo el clamor de tantas voces pronunciándose a favor de que sí, de que fuese Diorante el guapo, para terminar por decantarse por un chico mucho más bajito y con granos pero con magníficas referencias y un expediente del todo brillante que, después de dar muchas largas negándose a ponerse al teléfono o alegando excusas tan peregrinas como para hacer sospechar hasta a la pazguata de Otilia Roca – tan obediente pero tan inocentona…
– ¡Alto ahí!
Aquí la señorita, cotejando los papeles uno en cada mano, le echó el alto a Bonifacio Recatero. Alto ahí con las mejillas encendidas de ira y que, lo recordaba perfectamente, Otilia no era inocentona sino bien mandada y que, además de recordarlo también perfectamente porque eso ya lo había contado uno de los hijos del guarnicionero…
– El mayor en concreto — precisó —, un chico muy observador y muy serio, muy veraz, que jamás mentiría ni se confundiría en un detalle tan relevante porque, dijo, no es lo mismo, jovencito.
… no era lo mismo, en su opinión, aunque también podía ser cierto y no dejaba ella de reconocerlo, que entre una pazguata inocentona y una bien mandada puede haber unas ciertas similitudes, sí, pero también grandes diferencias porque, en tanto la inocentona puede ser una criatura perfectamente gris y del todo carente de perspicacia, la bien mandada puede ser sagaz, astuta, algo para lo que la pazguata está incapacitada…
– Fíate — entre diente uno de los de la fila del fondo, la de los más díscolos — de las mosquitas muertas.
– Bueno, eso puede ser verdad…, que te he oído y deja de juguetear con el móvil, por favor; verdad porque puede a la chita callando hacer lo que le de la gana, pero simplezas sin repercusión alguna…
– Anda que — el chico, apagando el móvil con un suspiro y dejándolo a un lado —, no pueden los tontos hacer grandes pifias y organizar unos pifostios tremendos.
La señorita tuvo la boca abierta para responder que serían pifostios de mucho ruido, tal vez, pero de pocas nueces; pero la cerró recordando cómo — le había contado a su confesor — ella misma, con sus propios ojos, vio cómo en el silencio de una noche invernal con las ventanas cerradas a cal y canto menos la suya de par en par a causa de los calores de la menopausia, allí mismito, a la luz de la farola y sin el menor recato, el mudito y la tonta…
– Pero, acuérdate, Macaria — el sacerdote — de que aquella noche, que te vi yo dejarlo encima de la cómoda junto al rosario, te habías quitado el sonotone.
Y, sí, era verdad; se había quitado el sonotone de manera que, le pareció justo y razonable, mejor darse punto en boca porque con los díscolos y respondones de la última fila — respondió ella — mejor no entrar en discusión, ¿verdad?
– Pues claro, mujer — él, colocándose el alzacuellos — y evitarnos un disgusto y el escándalo cuando, además, ya tienes comprados el vestido y los zapatos para el bautizo.
Transgresiones
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.