Sincréfane
Alicia Bermúdez Merino
Madrid - Spain
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About the work

https://valentina-lujan.es/S/Sincrefane.pdf

Había entrado en mi cabeza unos meses atrás, una tarde de mayo, tal vez de abril, de aquel mismo año. Y lo supongo así tan solo porque ya no hacía frío, que llevaba yo el traje chaqueta sastre. Sí, el gris de la raya blanca, aunque ya estaba un poco deslucido, pero siempre me gustó ese traje, tú lo sabes, y si no sólo hay que ver cuánto me costó desprenderme de él y que de hecho no llegué a desprenderme nunca, que únicamente consentí en depositarlo en la acera una noche dentro de una bolsa de plástico cuando ya me había mandado hacer otro idéntico. Idéntico con algún centímetro de más en la cadera (no muchos, la verdad) pero de esa diferencia no llevaba ya la cuenta nadie. No la llevaba ni yo, es más, no la llevabas ni tú.

No recuerdo con precisión la fecha, ya te digo, pero sí conservo en la memoria diversos detalles inconexos que, sin proponérmelo, en mi mente se agruparon como con voluntad propia y formaron algo así como un cuadro, o un mosaico, o esa escena última que a veces permanece quieta en la pantalla una vez ya ha terminado la película y mientras desfilan hacia arriba los títulos de crédito y hacia las puertas los espectadores atareados en atrapar la manga de su abrigo.

Recuerdo también que entonces di por hecho que pertenecía a alguien elegante, y sé que lo decidí así nada más porque estaba siendo pronunciado en un lugar de ambiente distinguido y por boca de alguien no carente de encanto.

Una asociación de ideas, me dije, y no volví a pensar en ello por una temporada. Eso sí, en alguno de esos recovecos que hay dentro de la cabeza y que tanto se parecen a una nuez sin corteza, debió de quedárseme sin yo saberlo (y esta es una de tantas de una especie de fantasías surrealistas muy recurrentes para mí y de las que me valgo para dar consistencia a la finalidad de todo cuanto en el cuerpo, por no entrar a divagar a la finalidad de todo cuanto en el alma, le resulta a mi capacidad de comprensión por completo insondable) y luego se liberó del mismo modo en que sale revoloteando de entre la puerta y el marco ese papelito blanco que dejó quien venía a leer el contador del agua un día que yo no estaba.

Pero no debía de ser un papelito blanco urgente o ni siquiera una pizca importante, porque lo dejé planear sin ni tan sólo intentar darle caza:

“El hombre del canal volverá otro día — me dije — y si tampoco me encuentra ya entonces me enviarán una carta en regla, por lo menos con sello, que a lo mejor incluso certificada y con acuse de recibo. Y ahí sí que me plantearé el tomármela en serio”.

Y allá que se deslizó, vete tú a saber si apremiado por algún pensamiento respetable con gafas y bigotes hirsutos y bastón y monóculo impaciente por instalarse sin demora exactamente en su neurona, la que a él le corresponde; o sí, por quitarse de en medio cuanto antes, se precipitó agobiado en el primer segundo recoveco que se encontró al paso, segundo aviso del cobrador del agua que por segunda vez yo no me tomé en serio.

Debía de ser que había mucho tránsito de ancianos irascibles yendo y viniendo cavilosos por aquellos vericuetos laberínticos de la nuez, tan enrevesados que en no pocas ocasiones uno y hasta varios de los viejos se perdían, enteramente desconcertados, y tenían que andar retrocediendo y tartaleando y pidiendo razón a los ordenanzas cerebrales o incluso demandándose ayuda los unos a los otros, que no se prestaban atención ninguna atareado cada cual en la resolución de su propio problema y se intercambiaban encadenamientos casi siempre erróneos.

Debe de ser que había mucha barahúnda porque el pobre homólogo del papelito blanco asomaba la cabeza tímidamente, consciente de su insignificancia y su condición de advenedizo, y las más de las veces volvía a agazaparse amilanado e irresoluto o, todo lo más, daba una carrera atolondrada total para llegar, como mucho, al vericueto siguiente, o incluso al anterior puesto que lo asistía un pavoroso desconocimiento no sólo de cuál sería la neurona en que debía ubicarse sino de la localización de la tal neurona.

Preguntar tampoco podía, que hasta ignoraba cómo exponer sus señas de identidad en condiciones, “mire usted, soy una cogitación fugaz, sólo una idea” … No, así no era manera.

Angustiado también andaba un poco, y no ya ante la incertidumbre de su insignificante destino, angustiado por estar haciendo esperar a una neurona quién sabe si muy anciana y venerable que tenía a lo mejor sus últimas esperanzas depositadas en él precisamente, en él, un joven pensamiento inconsistente.

Porque si la neurona fuese una jovencita el tema sería ya muy otro con oda una vida por delante, que al común de los jóvenes adolescentes suele sucederles el gozar de una inconsciencia posiblemente muy merecedora de ser recriminada, pero, es tan enormemente grato y además tan fácil dejarse gobernar por la inconsciencia.

Pues allí que estaría, casi...

Papeles

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Code: 2401146638375
Date: Jan 14 2024 21:06 UTC
Author: Irene Espelosín
License: All rights reserved

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About the creator

Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.

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