A veces piensas que tu vida es normal, te levantas, trabajas, sales con los amigos, vives, vives a tope porque la vida es corta y quieres aprovechar al máximo. Tienes estabilidad, todo controlado, tanto personal como profesionalmente, eres un crack en todo lo que haces, estás tocado por la fortuna, eres Dios, te lo crees, estás convencido. Quieres la casa que soñaste, te la compras, quieres el coche que soñaste, te lo compras, el viaje de ensueño, coges el avión y te pierdes en un lugar lejano.
Y un día conoces a alguien, y pierdes el control, ves a esa persona y ya nada es lo mismo, el coche es una nimiedad, la casa es demasiado grande y las paredes se te caen encima, el viaje no es más que un recuerdo sin sentido porque esa persona no ha ido contigo, en ese momento ni la conocías y ahora no entiendes cómo lo hiciste sin ella. Y esos amigos inseparables con los que pasabas largas noches de juerga ya no te llenan.
Y mientras, te conformas con compartir un café, un buenos días, un saludo al cruzarte por la oficina mientras el corazón se te dispara y has de controlarte cuando te mueres de ganas de decir lo que sientes y te ahogas porque no eres nadie, no eres el Dios que creías, no eres más que un mortal que ha dejado de ser el centro del mundo, y no lo soportas, eres el cazador cazado, y duele, nunca habías sentido ese dolor antes.