¿Tendría alguna vez Kant un canario?
Alicia Bermúdez Merino
Madrid - Spain
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En mitad y a pesar de todas mis angustias y congojas decido que lo que quiero es leer.

No me vale una novela; las peripecias y los ires y venires de un fulanito y una fulanita no me van a entretener ni atrapar ni retener y, lo que necesito, es que mi mente, mi pensamiento se quede prendido – o se fije, al menos, aunque sea de forma provisional y un tanto en telendengue pero que servirá para desviarme de qué aun a mi pesar es en realidad lo que en mi ahora y en mis concretas circunstancias personales (o vitales) pienso y siento – en algo que, de alguna manera, me quede grande, me supere, me obligue a forzar un poquito la tuerca encasquillada que es mi sentir.

Me digo que algo de Ciencia, o de Filosofía; y me decido – ni más ni menos y en condiciones tan poquito halagüeñas - por la Crítica de la razón pura.

Lo saco de una biblioteca pública con sus 694 páginas – todo incluido, entiéndase por ‟todo” todo tipo de prólogos, introducciones (del traductor algunas y del propio Kant otras), lemas, dedicatorias, apéndice, índices y demás – y su letra bastante pequeña que me producen, unas y otra, un algo así como picores por todo el cuerpo y la sensación de “no sé, pero a mí me parece que no voy a poder”.

Me salto XLVIII páginas con bibliografías y otras dificultades varias y me voy, sin más contemplaciones ni miramientos, a la 41 de la numeración normal, que reza así: Distinción entre el conocimiento puro y el empírico.

Ya he dicho – creo que lo dije en cuanto tuve el volumen en mis manos – que creo que empezamos mal. Para complicar las cosas me he parado, a comer, son las 18 horas 48 minutos, pero yo acabo de terminar de comer; y como siempre que como, aunque sea poco, me ha entrado sueño de manera que, si me dejase llevar por qué me apetece en este instante, me haría un ovillo.

Pero, no: seguiré.

Seguiré, pero no sin antes preguntarme:

1 - ¿Comió Kant alguna vez gratén de la huerta con puerro, calabacín y champiñones?

2 - ¿Acudió para adquirir el tal gratén – precocinado, treinta y cinco minutos al horno a 225º – al Ahorramás de su barrio tirando personalmente de su propio carrito de la compra?

3 - ¿Dejó en la pila de su cocina los platos sin fregar, junto con los cacharros del desayuno, diciéndose "luego lo haré"?

Y se me ocurren más (preguntas) pero como no quiero desviarme – en la medida de lo posible no sé ya si del querer o del desvío – del tema que me ocupa, las paso por alto y regreso (con más o menos ganas más bien tirando a menos) a la Distinción de marras…

Me entero ahí de que existe pensamiento analítico y sintético; y conocimiento a posteriori y a priori.

Y de que el a priori puede a su vez ser un a priori puro, y de que también puede no serlo…

No puedo evitar el, una vez llegada ahí, pararme a considerar qué aporta, de qué manera influye, en qué medida ayuda, hasta qué punto toma parte en lo que se me ocurre llamar a mi manera y a mi aire "esculpido del alma humana", el que el ser humano corriente y moliente – el hombre o la mujer común, letrado/a o iletrado/a, músico/a o dentista, vendedor/a de periódicos o de productos para la limpieza y conservación del calzado, ministro/a o repartidor/a de pizzas, matarife o tenor o equilibrista o banquero/a o taxista o encofrador/a o marmolista o peluquero/a o fabricante de pasta dentífrica – entre en posesión de, añada a su acervo cultural, el conocimiento estructurado y elaborado y minuciosa y meticulosamente desmenuzado de que su pensamiento es analítico o sintético.

Siempre he tenido la sensación de que los filósofos son seres imperturbables e inconmovibles que piensan, sin sentir, con una facilidad apabullante y sin experimentar en carne propia el sinvivir que – a mi pobre entender – debe causar ese su (al menos en apariencia y para la apreciación del profano o la profana) vivir al margen de la verdadera vida… Sin pretender – vaya ello por delante y ante todo – estar queriendo significar por "verdadera" la tan traída y tan llevada y tan harina de otro costal como lo es (y a diferencia del que cada cual ha de cargar sobre sus hombros desde el momento en que nace hasta el momento en el que muere) la vulgarmente desconocida hasta la saciedad pero denominada (con encomiable desparpajo y sin atisbo de pudor) Eterna.

Pero, ya digo, no me estoy yo ni mucho menos refiriendo a esa. Quiero decir, y a ver si consigo explicarme porque tiene su tela: Dos puntos: sí.

Que me sé – por ejemplo y a modo de chascarrillo ilustrativo – la anécdota de que cuando Kant caminaba por las calles de su ciudad los vecinos ponían sus relojes en hora.

Que me llama la atención – por otro ejemplo – el que nunca lo hiciera retrasarse el recordar, con la mano ya en el picaporte de la puerta y el abrigo y el sombrero puestos, que a lo mejor no había… pues, qué sé yo: apagado bien el cigarrillo si es que fumaba, o puesto agua o alpiste a… ¿Tendría alguna vez Kant un canario?

Una persona tan metódica...

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Date: Oct 13 2023 11:35 UTC
Author: Alicia Bermúdez Merino
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Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.

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