Con otros ojos
Alicia Bermúdez Merino
Madrid - Spain
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Aprendemos, desde niños, que el cielo es azul, que la hierba es verde, que la leche es blanca y que la sangre es roja. Lo aprendemos así porque nuestros padres, o los adultos, en general, que nos rodean así nos lo inculcan aun sin querer ni estárselo proponiendo.

Mira qué azul está hoy el cielo, dice alguien, mirando hacia arriba. Y tú, tan pequeño y por primera vez en tu vida y sólo porque inocentemente has dirigido tu mirada en esa misma dirección, aprendes que esa bola que lo envuelve todo es el “cielo”, y que su color es azul.

Y no nos lo cuestionamos, ¿por qué tendríamos que hacerlo?

Y crecemos sabiendo, ya para siempre, qué es un cielo azul…

Y está bien tener claro qué es el cielo, igual de bien que saber qué es un destornillador o un sombrero; que seguirían siendo lo que son aunque se llamaran, respectivamente, “mojicón”, “alpargata” o “segadora”; tan sólo sería cuestión de habituarse — y desde niño, tan pequeñito, con la facilidad con que los niños asimilan todo —, y de decirle al abuelo, con toda naturalidad, “no olvides ponerte la segadora, que hace frío”; o que el mojicón esta noche tiene muchas ogüininas —“estrellas”, en el lenguaje convencional—; y, cuando tuviésemos que apretar un tornillo, pues tan ricamente con nuestra alpargata.

Lo del color, lo del azul del cielo, lo del azul del cielo y lo del azul que por deducción — o por inducción, tengo la especie de defecto de fábrica de que me lío siempre con palabras como “inductivo” y “deductivo” y como “analógico” y “analítico” — es el color de todo lo que tiene un color que se asemeja al color de esa bola que incorporé a mi saber como “cielo” aunque pude también incorporarlo como “mojicón” pero nadie tuvo la mala, perversa y aviesa idea, de meterme una idea en la cabeza que me iba a poner difícil — así, yo sola, y con una noción tan extravagante y no compartida con ni por nadie — el relacionarme con mis congéneres…

Me he perdido.

Lo del azul, decía, es más complicado, decía también — aunque no sé si con esta confusión en que vivo he llegado a decirlo —, es ya más complicado porque…

A ver si sé explicarme.

Andaba yo tan intrigada, ya desde pequeñita — y mira que mi madre me advertía mira niña que si sigues por ese camino vas a tener muchos problemas —, con ese tema que, en el recreo, en el patio del colegio con las otras niñas, me dedicaba a abordar a unas y a otras con preguntas tales como “¿de qué color ves tú el cielo?” o “¿de qué color ves las hojas de los árboles?”. Aquellas niñas, todas, indefectiblemente, fuera la niña que fuese, alta, baja, rubia, morena, simpática, antipática, aplicada, perezosa; todas absolutamente todas respondían “azul” para la primera pregunta y “verde” para la segunda.

Probé a hacer las preguntas en orden diferente; con las hojas de los árboles en primer lugar y el cielo en segundo. Pero aquellas niñas, taimadas o tercas o insensatas, las muy tales y cuales, contestaban tan campantes “verde”, para las hojas; y “azul”, para el cielo.

Pero yo necesitaba una solución.

No voy a entrar en detalles porque los detalles pueden dar a lo mejor algo de grima o herir incluso sensibilidades; pero, resumiendo y por ir abreviando, un día en el recreo agarré a la primera que se me puso por delante y le saqué los ojos; a continuación me saqué los míos; luego me puse los de ella en mis cuencas vacías y miré, el cielo y las hojas de los árboles.

Entonces supe, en carne propia — no puedo decir que porque lo viera con mis propios ojos, que sería de pésimo gusto y un chiste muy malo —, que la muy cabrona (porque no se la puede llamar de otra manera) de la niña me había estado mintiendo como una bellaca. Como una bellaca porque, con sus ojos, yo lo vi, el cielo era a cuadritos negros y blancos y, las hojas de los árboles, qué decir de cómo resultaron vistas con los ojos de aquella cretina las hojas de los árboles…

Ella, lo contaría de otra manera. Ella contaría que cuando se puso los ojos míos el cielo era a lunares color quisquilla sobre fondo amoratado; pero es que aquella niña, espero que haya quedado claro, era una embustera.

10 de junio de 2011

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Date: Oct 13 2023 11:00 UTC
Author: Alicia Bermúdez Merino
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Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo. No tengo formación académica.

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