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http://valentina-lujan.es/H/hacialav.pdf hacia la ventana; ¿o es que no se había enterado a aquellas alturas todo el mundo de que si era jueves por la tarde lo que iba sobre la lavadora era la barra de pan y no la jarra del agua? – inquiría severo don Trajano. Y que lo que pasaba era que no se prestaba la debida atención; porque no le parecía a él que pudiera ser tan complicado recordarlo porque, vamos a ver, Empédocles… decía, conminando al interpelado a que viniera aquí, al encerado y sometiéndolo a un interrogatorio exhaustivo solicitando detalles a veces del todo peregrinos de tal o cual acontecimiento de nuestra Historia en los que él, Trajano, gustaba aunque nada más fuese por mortificarlo de ensañarse, dinos, dónde exactamente estaba y cómo era tal o cual minucia irrelevante que se le pasase por su cabeza de cabellos canosos y ralos y sin brillo. Y Empédocles se esforzaba, ponía todo su empeño en que la minucia irrelevante, fuera la que fuese, tomara en su sentir de ahora la consistencia, la textura, el color y la forma y — si los tuviere — el sonido y el aroma que (por obra y gracia de un saber hacer que siempre estaba en otros pero nunca en él) adornaron aquel cestillo que, envuelto otrora en papel celofán y conteniendo pastillas de jabón trasuntos de fresas o mandarinas o manzanas, deviniera en salacot sobre los rizos que (una vez destejido un jersey de ochos que tras el estirón de las anginas se le quedó pequeño a Sorallita) enmarcaron el rostro rubicundo de Anunciata, la del subsecretario, encantada de padecer vicisitudes y penurias bajo los rayos del inclemente sol africano que daba, por aquel entonces, de plano sobre los terraplenes que terminaron siendo el polideportivo con piscina y tres pistas de tenis… ¿O no era eso? Don Trajano asentía con su cabeza de cabellos canosos y ralos y sin brillo, cargado de comprensión y de paciencia, afirmando que sí y que — porque con las salvedades de que lo que contuvo el cestillo fueron bombones y de que la sabana africana no fue el polideportivo sino la sede de la caja de ahorros era, y Trajano lo reconocía, rigurosamente cierto que la raíz cuadrada de 89 sería siempre 9 con 43 en números redondos — Empédocles podía estar orgulloso de su buena memoria y su excelente olfato; pero que él, Trajano, Empédocles, por favor, tienes que entenderlo, debía desde su actividad docente exigirles, a él y a todas sus compañeros, siempre un poquito más al objeto de que se fueran preparando, habituando sus mentes a lo que con el tiempo llegaría a ser el pan nuestro de cada día o una concepción ecléctica del Universo y de las leyes por las que se rige. Y que si había quedado claro o preferíamos, llevados de nuestro amor a la sabiduría, repetirlo una vez más aunque ello implicara el prescindir del bocadillo y de salir al patio a jugar al fútbol o a darnos de puñetazos; pero, como pasaba con frecuencia porque se nos pasaba el rato sin sentir, sonaba el timbre indicando que se había terminado el recreo sin que nos hubiéramos puesto de acuerdo en qué preferir. Etiqueta: De entre los papeles de un baulito chino Categoría: Telas de araña
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About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.