En medio de una calle bulliciosa, un performer se prepara para desaparecer dentro de un globo rojo gigantesco. Ya lo lleva encajado como un gorro. De pronto, se detiene, paralizado: dos perros-dragones chinos —tan enormes como inverosímiles— se plantan frente a él.

¿A qué le tememos cuando no entendemos lo que vemos? ¿Y por qué sentimos pavor justo antes de entrar en algo nuevo, incluso si ese algo es solo un globo?

Esta imagen es una pequeña fábula urbana: sobre el miedo a lo desconocido, sobre los monstruos que se desinflan cuando alguien nos los explica… y sobre la valentía de lanzarse al absurdo, incluso si eso implica meterse de cabeza en un globo rojo.

Como en los caprichos de Goya, es la razón adormecida la que deja paso al desfile de bestias.