Fue la víctima del pretérito lacerante de algunos y el verdugo de los futuros felices de otros. Sin embargo, ella nunca deseó otra cosa que ser quien construyese, para si y para aquellos a quienes quería, la realidad subjuntiva de cada uno de los instantes que iba transitando. Había sentido que la vida y el tiempo, que a veces transcurría lentamente acariciándole, se tornaba de repente fugaz y atropellado hasta convertirse en el más hiriente de los zarpazos. Jamás comprendió aquello que decían algunos sobre la distancia y el olvido porque creía firmemente que era el tiempo el responsable de que la memoria se fuese difuminando hasta, en ocasiones, desaparecer por completo. Pero, al mismo tiempo y con la misma intensidad, creía que éste no podría conseguir nunca que sus recuerdos se desvanecieran. Estos siempre nacían de sus emociones y las de las almas que revoloteaban a su alrededor. Los recuerdos al nacer, al ser evocados, al ser paridos y traídos al “ahora”, al contrario que la memoria, cada vez que lo hacían construían una historia diferente.